No puede dudarse de que las revelaciones comunicadas por Mahoma en esa época han gozado de una influencia extraordinaria que perdura a día de hoy sobre más de mil millones de personas. No puede ser de otra manera porque Mahoma es el ejemplo que deben seguir, por definición, los musulmanes. Como podemos leer en el Sahih al-Bujari 4, 52, 204:
Narró Abu Huraira: que oyó al mensajero de Al.lah diciendo: “Somos los últimos, pero seremos los primeros en entrar en el Paraíso”. El Profeta añadió: “El que me obedece, obedece a Al.lah, y el que me desobedece, desobedece a Al.lah. El que obedece al jefe, me obedece, y el que desobedece al jefe, me desobedece. El imam es como un refugio por cuya seguridad deberían combatir los musulmanes y donde deberían buscar protección. Si el imam ordena a la gente con justicia y gobierna justamente, entonces será recompensado por ello, y si hace lo contrario, será responsable de ello.
Ese modelo que representa Mahoma implica aceptar su visión teológica, pero igualmente sus ideas acerca de la política, de la guerra, de la economía e incluso sus recetas médicas como la de consumir orina con fines curativos que aparece recogida en distintos jadiz [1].
Pero volviendo al cambio radical – y esencial para entender a Mahoma – al que nos referíamos es el que subraya más que ningún otro el carácter extraordinario de la figura de Mahoma, pero, a la vez, el que convierte en más difícil su aceptación por una mentalidad occidental modelada por los valores judeo-cristianos.
Mahoma, sin ningún género de dudas, puede despertar el asombro e incluso la admiración como hábil guerrero y astuto diplomático; puede provocar el sobrecogimiento por la constancia incansable con que persiguió sus objetivos; puede incluso impulsar la conclusión de que fue, en términos generales, un héroe tal y como afirmó en el pasado Carlyle. Sin embargo, para los creyentes judíos y cristianos, Mahoma resulta de difícil aceptación en términos religiosos siquiera en la medida en que sus enseñanzas colisionan con lo contenido en la Biblia de manera radical y que su mensaje es distinto y no incluye, por ejemplo, la creencia en un Dios de amor[2]. Por utilizar palabras de Pablo de Tarso, al no ser su evangelio el predicado por los apóstoles y que afirmaba la justificación por la fe debe ser rechazado frontalmente incluso aunque lo comunicara un ángel (Gálatas 1: 6-9). Es cierto que el propio Mahoma intentó defenderse frente a ese argumento afirmando que había existido un cambio en las Escrituras llevado a cabo por judíos y cristianos, pero semejante afirmación no resulta válida en la medida en que carece de base textual y en que, por añadidura, pasa por alto las propias alteraciones experimentadas por el texto coránico.
Pero incluso para los que no tienen unas creencias religiosas previas y han crecido en un contexto occidental resulta difícil aceptar a Mahoma – no digamos ya como profeta del único Dios – sino como un guía
que utilizó la espada con profusión para someter a otras poblaciones o incluso exterminarlas;
que se casó con multitud de mujeres incluida una niña de seis años con la que consumó el matrimonio cuando tan sólo tenía nueve años;
que estableció la licitud de violar a las prisioneras de guerra siempre que no se eyaculara en su interior;
que reprimió a los disidentes empleando incluso sicarios para su eliminación física
que privó de libertad a las mujeres árabes al igual que a los judíos o a los cristianos o
que anunció revelaciones que contradecían mensajes previos y que, sin embargo, se acomodaban a su vida personal.
A pesar de lo anterior, el conocimiento de Mahoma resulta de importancia innegable en el mundo en el que vivimos y pasarla por alto constituye una gravísima negligencia. Mahoma fue una figura, indudablemente, grande, pero, partiendo de los hechos históricos relacionados con su vida y su enseñanza, cabe preguntarse si ese hecho innegable constituye un motivo de alegría o, por el contrario, de profunda inquietud.
(FIN DE LA SERIE)
[1] Sahih al-Bujari, Libro de la medicina, 5322. También Idem, Libro de Yihad 2819
[2] Un extremo reconocido muy acertadamente por Abdelmumin Aya, El Islam…, pp.