Al pronunciar la aleya 61/62, última de la sura, donde dice “¡Inclinaos ante Al.lah! ¡Adoradlo!”, tanto sus seguidores como los idólatras habrían dicho amén. La razón habría sido que con sus palabras previas habría admitido la existencia de otros seres si no divinos sí sobrehumanos con capacidad para interceder, algo que los idólatras también sostenían. Mahoma, de esa manera, habría dudado del monoteísmo estricto que predicaba para realizar una concesión nada baladí.
Que el episodio tuvo lugar quedaría corroborado por el hecho de que se intenta disculpar en la sura 22: 50/52-51/53:
- Cuando mandamos, antes de ti, a algún mensajero o a algún profeta, siempre enturbiaba Satanás su recitación. Pero Al.lah anula lo que Satanás inspira. Luego Al.lah afirma Sus aleyas unívocas. Al.lah es omnisciente, sabio.
- Para tentar mediante la inspiración de Satanás a los enfermos de corazón y a los duros de corazón. Los impíos están en marcada oposición.
El pasaje, altamente revelador, viene a indicar que Shaytán (el Diablo, Satanás) de manera históricamente sistemática se ha dedicado a inspirar el mensaje que recitan los enviados de Al.lah interfiriendo en Sus revelaciones. A pesar de todo, no hay que temer porque, al fin y a la postre, Al.lah expurga todo aquello que tiene un origen satánico. Se trata, obviamente, de un argumento marcadamente apologético, pero no resulta todo lo poderoso que sería de desear y que, de manera inmediata, obligaría a muchos a plantearse quién decide la parte de la revelación coránica que no es de origen satánico y, sobre todo, cómo lo hace.
El episodio, de cuya historicidad resulta difícil dudar, ha sido muy incómodo durante siglos para los autores musulmanes[4]. En algunas ocasiones, han rechazado la fuente histórica que lo contiene como fue el caso de el cadí ceutí Iyad (m. 1147) que más de medio milenio después de los hechos los cuestionaba acusando de falta de fiabilidad a los transmisores de la tradición, quizá sin percatarse de que al hacerlo ponía también en tela de juicio otras tradiciones que nos han llegado gracias a ellos. En otras ocasiones, los autores musulmanes han atribuido el episodio transmitido por la tradición a los mazdeístas o incluso se han permitido no mencionarlo orillando así un asunto ciertamente espinoso.
Sea como fuere, lo cierto es que Mahoma se percató de que aquella concesión a la idolatría colisionaba frontalmente con el monoteísmo y no podía ser mantenida. De esa manera, desaparecía la posibilidad, ciertamente real, de llegar a un acuerdo sincretista con los idólatras. Las consecuencias, desde luego, no se hicieron esperar.
CONTINUARÁ
Resulta notable la manera en que el episodio se encuentra ausente de las recientes hagiografías islámicas. Sobre el tema, véase de manera especial: E-M. Gallet, Oc, pp. 43 ss. Además puede consultarse: K. Armstrong, Oc, pp. 110 ss; J. Glubb, Oc, pp. 127 ss; J. Vernet, Oc, pp. 50 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 58ss.
[4] En el mismo sentido, J. Vernet, Oc, pp. 51 ss.