La razón para esas embajadas quizá se hallaba en el mero deseo de ganancias materiales[3], pero a Mahoma esa circunstancia no le pareció algo negativo sino más bien una excelente oportunidad. Habitualmente, recibía a los embajadores y los enviaba de regreso junto a algunos de sus hombres entre los que se hallaban dos o tres qurra (lectores) del mensaje. Tras esa instrucción, se formalizaba la admisión de la tribu en la umma. En algún caso, como el de los absíes, Mahoma fue incluso más generoso permitiendo que no abandonaran sus tierras, medida lógica, por otra parte, si se tiene en cuenta que por ellas pasaban las caravanas que unían la Meca con Iraq. No cabía duda de que Uhud había significado una dolorosa derrota militar, pero tampoco podía negarse que la habilidad de Mahoma le había permitido revertir el revés en muy poco tiempo e incluso fortalecer su posición.
La batalla de Uhud tendría, por añadidura, otro efecto que podríamos calificar de jurídico. Mahoma había establecido en Yatrib la muaja, una institución que vinculaba bilateralmente a sus seguidores con los habitantes de la ciudad en grupos formados por dos. Convertidos así en hermanos, si fallecía uno de ellos, el otro se convertía en su heredero. Según la tradición, uno de los caídos en Uhud, llamado Sad b. Rabi, dejó tras de si a una esposa embarazada y dos hijos. En teoría, sus bienes tendrían que haber pasado a un seguidor de Mahoma llamado Abd al-Rahman b. Awf. Sin embargo, la viuda acudió a Mahoma para protestar contra una norma que, en su opinión, chocaba con la Naturaleza ya que lo normal era que los bienes del difunto pasaran a su esposa e hijos. Mahoma solventó el conflicto entre la opinión de la viuda – bastante razonable – y la institución de la muaja declarando que había recibido una nueva revelación. En virtud de la misma, las dos hijas iban a recibir dos tercios del total de la herencia; la viuda, un octavo y el resto pasaría a Abd al-Rahman b. Awf. La decisión sentaría, por supuesto, un precedente legal.
CONTINUARÁ
Véase: J. Akhter, Oc, p. 89 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 189 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss; E. Dermenghem, Mahomet…, p. 21 ss; J. Glubb, Oc, pp. 215 ss; M. Lings, Oc, pp. 212 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 129 ss; J. Vernet, Oc, pp. 106 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 130 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 334 ss.
[2] Sobre el tema, véase: M. Gil, “The Medinan Opposition to the Prophet” en Jerusalem Studies in Arabic and Islam, 10, 1987, pp. 65-96.
[3] En ese sentido, J. Vernet, Oc, p. 107.