Había sido ejecutado en el suplicio más cruel de la época, la cruz, y depositado en un sepulcro excavado en la roca antes del inicio del descanso sabático. Concluido el shabbat, aquel grupo femenino acudía al sepulcro para ungir el cadáver. Su única preocupación consistía en si habría alguien que pudiera descorrer la piedra. Al llegar, descubrieron, pasmadas, que la tumba estaba abierta y, para remate, vacía. Por añadidura, alguien que se encontraba en el sepulcro les dijo que no buscaran entre los muertos al que estaba vivo. Sumidas en el estupor, las mujeres corrieron a comunicárselo a los discípulos más cercanos del crucificado. La respuesta fue profundamente escéptica, pero cuando dos de ellos acudieron a la tumba y uno contempló la manera en que estaban dispuestos los lienzos mortuorios en que había estado envuelto el cuerpo, comprendió que su maestro se había levantado de entre los muertos. En las horas siguientes, fueron varios los que se encontraron con el crucificado vuelto a la vida. Fue el caso de María Magdalena, de dos discípulos en el camino de Emmaús, de los once… De esta manera, los que sólo unos días antes se habían escondido aterrados ante la posibilidad de correr la suerte de su maestro, se encontraron revestidos de una valentía osada y de un sólido aplomo derivados de la certeza de que Dios lo había reivindicado. Un par de décadas después, un antiguo perseguidor de aquel colectivo al que una aparición había convertido en discípulo, escribiría que los testigos de la resurrección aún vivos superaban el medio millar. Lo que vendría después cambiaría la Historia de manera radical. No sólo porque cimentaría la esperanza de que no todo concluye con la muerte sino también porque sentaría las bases para una nueva cosmovisión basada no en el dominio sino en la compasión, no en la violencia sino en la paz, no en el odio sino en el amor. Para muchos, quizá este domingo sea sólo ocasión de agotar las últimas horas de vacaciones. Para otros, entre los que me cuento, constituye un recuerdo alegre y esperanzado de que hay una vida después de la presente y además la actual puede ser vivida de manera profundamente dichosa y plena.