La primera es mantenerse aparte de aquellos que quebrantan de manera conjuntada los mandatos de Dios. Es curioso que el autor del salmo se refiere a los que planean el mal, caminan por la senda del mal o se sienta en el consejo del mal. Es una bendición mantenerse aparte, pero a ello hay que unir otra conducta. Se trata de deleitarse en la ley de Dios y meditar en ella día y noche. Tengo la convicción de que ambas conductas están entrelazadas. Sólo el que se complace en los mandatos de Dios y reflexiona en ellos de manera cotidiana puede, al fin y a la postre, evitar el influjo del mal. Seguramente por eso nuestra sociedad es tan permeable a conductas que, al fin y a la postre, la encaminan a la destrucción. Y es que no transita por el camino de la Ley del Señor.