Es curioso como enfoca el tema el salmista. Buenos frutos – no cabe engañarse – sólo puede dar el que se aparta del mal y, a la vez, se entrega de manera constante a la Ley del Señor. Ése es como un árbol que está alimentado por el agua de las corrientes y que, por lo tanto, puede proporcionar a su tiempo (subrayémoslo: a su tiempo) el fruto para el que fue plantado y que los demás buscan. Ése por añadidura no se secará y además prosperará. Al final, como todos sabemos, los frutos demuestran la clase de árbol y no se pueden pedir peras al olmo ni ocultar con palabras las realidades. Pero tampoco cabe engañarse: sin nutrirse de los principios que emanan del Libro sagrado no hay mucho bueno que esperar.