La única cuestión que quedaba en el aire era si yo aceptaría la oferta para quedarme al menos dos temporadas más en aquella casa o si, por el contrario, acabaría marchándome con FJL. Para convencerme de lo sensato de quedarme en aquella casa se sumaron no pocas personas. Por ejemplo, una amiga muy íntima me repetía una y otra vez que yo era “más amigo de Federico de lo que él es tuyo”. De ahí deducía que lo más lógico era que me quedara en COPE y abandonara a FJL a su suerte. Yo intuía que lo que decía mi amiga podía ser verdad, pero semejante circunstancia no iba a ser obstáculo para que yo actuara de acuerdo a lo que me dictara mi conciencia. Recuerdo que entre sus esfuerzos estuvo el de prepararme una comida con un político del PP para que me convenciera de lo adecuado de abandonar a FJL. En el curso de la comida, sentí unas terribles tentaciones de ponerle al futuro ministro un tazón de vychissoise de sombrero. Que me pudiera contener para llevar a cabo tan merecido acto sólo puedo atribuirlo a la manera en que Dios impide en ocasiones que me deje llevar por mi instinto. Pero volvamos a Rajoy.
En el intento de persuadirme y supongo que de hundir un clavo más en el ataúd de FJL me informaron de que Rajoy estaba dispuesto a que lo entrevistara una noche. El mensaje saltaba a la vista: “tu eres recuperable y podemos tratarte bien. FJL está muerto. No seas tonto y apártate de ese cadáver”. Acepté realizar la entrevista porque la verdad es que Rajoy no se prodigaba mucho en los medios y porque a lo mejor lograba que mis oyentes se aclararan con lo que pensaba hacer si llegaba al poder. Y así llegamos a aquella noche.
Rajoy tenía cara de miedo – creo que el miedo es una constante en su existencia – pero pretendió ser amable. No le salió muy bien, pero lo intentó. Y entonces comencé la entrevista. No tenía intención ni de adularle ni de torturarlo. Intenté simplemente que explicara con un mínimo de amplitud lo que pensaba hacer. Mis preguntas fueron claras y fáciles de entender, pero Rajoy se escurrió de todo lo que le parecía incómodo. De hecho, ciertas preguntas como las relativas al aborto, al matrimonio homosexual o a la bajada de impuestos le provocaron un rictus en la barba que me recordó al gesto del que sufre un retortijón inoportuno. Por supuesto, no asumió el menor compromiso. Como me pasaría en una entrevista similar con Soraya Sáenz de Santamaría, eludió responderme de manera clara y sincera a lo que yo, clara y sinceramente, le pregunté.
Pueden atribuirlo ustedes al hecho de que no jugué con él al futbolín, a que no me preparó mejillones o a que, simplemente, no me respondió, pero cuando concluyó la entrevista yo había llegado a la conclusión de que Rajoy no era digno de confianza, de que su palabra valía poco o nada, de que carecía de una valentía mínima y de que lo más seguro es que se vengara de aquel que no le complaciera. Por supuesto, no lo voté ni esa vez ni la siguiente.
Los protagonistas de este episodio tuvieron un destino diverso. El cardenal que entregó la cabeza de FJL está retirado y vive en exclusiva en un ático en el centro de Madrid donde podrían alojarse, como mínimo, tres o cuatro familias; Rajoy llegó, como pretendía, a la presidencia del gobierno y Soraya se convirtió en su vicepresidenta; mi amiga llegó a ser directora general en este gobierno y el político que comió conmigo se convirtió en ministro de unas de las carteras más importantes y en su jefe. Yo me marché de COPE, pero no duré mucho con FJL. De hecho, fue anunciar mi marcha y arrancaron mi retrato de las paredes de Es.Radio y borraron mi referencia en la página web como uno de los fundadores. A esas alturas, algunos sicarios del poder llevaban tiempo intentando arruinarme e incluso visitaban editoriales a las que había dado a ganar millones para que no publicaran en el futuro ni una sola línea mía. Sabido es que, al final, acabé exiliándome, pero, gracias a Dios, dar ese paso salvó mi vida por apenas unos días de diferencia. En cuanto a las conclusiones a las que llegué sobre Rajoy aquella noche que lo entrevisté ustedes dirán si les parecen erróneas o acertadas.