El novelista japonés atrajo mi atención ya hace décadas. De confesión católica, Endo se manifestó una y otra vez crítico con la iglesia a la que pertenecía y más cercano a la visión de las iglesias evangélicas. Sea como fuere, supo escribir una serie de novelas en que planteaba problemas espirituales muy serios y lo hizo además desde una perspectiva mucho más cercana a un existencialismo de origen protestante que al catolicismo. Es el caso de Silencio.
La novela de Endo es mucho más cercana a la realidad histórica que la película de Scorsese. Endo, por ejemplo, no oculta que una sublevación armada de los católicos fue muy relevante para que el estado japonés decidiera acabar con el catolicismo en el siglo XVII. Scorsese, por el contrario, plantea todo como una persecución desencadenada por el temor al daño que una creencia extranjera – sin entrar en más cuestiones – podía provocar en el cuerpo cerrado de Japón.
La realidad recogida por Endo y por Scorsese es, históricamente, innegable. Japón desencadenó una persecución contra los japoneses convertidos al catolicismo gracias a la labor de los jesuitas y, en el curso de la misma, esta confesión desapareció, en parte, por el martirio de algunos de sus miembros y, en parte, por la apostasía masiva, una apostasía que incluyó a misioneros jesuitas.
La película – que, cinematográficamente, es muy interesante – intenta aportar un final si no feliz, sí esperanzado que no aparece en la novela de Endo, pero, sobre todo, omite aspectos muy importantes. Por ejemplo, en ningún momento se señala que lo que las autoridades japonesas llevaban a cabo con los católicos, lo ejecutaban de manera más masiva y cruel las autoridades católicas con disidentes como los protestantes precisamente con un apoyo cerrado de la Compañía de Jesús. No sólo eso. Una de las primeras exigencias de san Francisco Javier al llegar a Oriente para predicar el catolicismo fue que se implantara la Inquisición. En Japón, se produjo una situación opuesta: los jesuitas no pudieron delatar, detener, torturar y ejecutar a los que consideraban herejes y disidentes sino que fueron ellos y sus conversos los delatados, detenidos, torturados y ejecutados.
Un segundo aspecto curioso de la película es la manera en que muestra la tendencia de no pocos miembros de la Compañía de Jesús a contemporizar de manera descarnadamente pragmática. La apostasía de los misioneros jesuitas – cuya trágica historia constituye el centro de la película – no deja de tener paralelos con la forma en que la orden se ha ido comportando en otros tiempos. Así, no debería sorprender que, según la época, haya apoyado el marxismo, la revolución, el terrorismo de ETA o a día de hoy, la ideología de género. Simplemente, se trata de sobrevivir de la mejor manera y el que fue en su día censor al servicio de la iglesia católica, puede pasar a serlo al servicio del estado japonés… o la de ideología de género.
Hay otro tercer aspecto notable y es el de la dificultad del catolicismo por su estructura sacerdotal y sacramental para sobrevivir las persecuciones prolongadas. En la película, se percibe el gran drama de una comunidad católica sin sacerdotes que puedan confesar o administrar la comunión. El catolicismo, a fin de cuentas, es una cosmovisión empapada de paganismo que se puede mantener con vigor en la medida en que mantiene una mano fuerte sobre el poder y excluye cualquier otra creencia del universo social. Cuando desaparecen esos elementos, su declive es muy rápido y, de producirse una persecución duradera, su propia permanencia se ve cuestionada. A decir verdad, la iglesia católica no hubiera podido sobrevivir seguramente a las primeras persecuciones mientras que sí lo pudieron hacer las primeras comunidades cristianas precisamente porque su estructura era muy similar al de las iglesias libres protestantes.
Finalmente, hay otra cuestión – esencial - y es la del silencio de Dios. Endo intenta dar en su novela una respuesta que recuerda mucho al protestante Kierkegaard y Scorsese incluso va más allá acercándose a la ética de situación y, a la vez, inventando un final que no vamos a revelar. Desde una perspectiva bíblica, la visión es muy distinta. Dios responde incluso en medio de las peores situaciones. Sin embargo, niega esa respuesta a los que pretenden acercarse a El mediante el culto a las imágenes – es curioso que lo que marca si alguien es o no católico es si respeta o no las imágenes de culto – y, especialmente, a los que han vivido de espaldas a Sus enseñanzas e incluso derramado sangre. El testimonio de Isaías 59: 2-3 es, al respecto, muy claro:
“Pero vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharos. Porque vuestras manos están manchadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios hablan mentira, vuestra lengua murmura maldad”.
Como indicaría Jeremías (14: 12) a un reino de Judá apóstata: “Cuando ayunen, no escucharé su clamor; cuando ofrezcan holocausto y ofrenda de cereal, no los aceptaré; sino que con espada, con hambre y con pestilencia los destruiré”.
El testimonio de los profetas no debería ser desdeñado porque, a fin de cuentas, se dirigían a un colectivo convencido de constituir la única fe verdadera. Por desgracia para ellos, Dios no lo veía igual.
Cuando se reflexiona en la conducta de Dios a lo largo de los siglos quizá no resulte tan extraño el silencio hacia gentes que implantaban la inquisición – con todo lo que implicaba de horror y sangre – que estaban dispuestas a desencadenar la violencia para imponerse y que arrastraban a una ceguera espiritual a otra a pobres gentes. Obviamente, ni Endo – que encontró más silencios que respuestas en el catolicismo – ni Scorsese – que fue monaguillo y dirigió La última tentación de Cristo – llegan a esa reflexión.