Viernes, 29 de Marzo de 2024

Pablo, el judío de Tarso (IX): El grupo de Jesús el Mesías (V):La persecución

Domingo, 25 de Diciembre de 2016

A partir de la muerte de Esteban (Hch 8, 1ss), se desencadenó una persecución contra los seguidores de Jesús de la que no estuvo ausente una violencia a la que no cabe atribuir otra finalidad que el puro y simple exterminio de un movimiento que estaba demostrando una capacidad de resistencia considerablemente mayor de lo esperado.

A través de Clemente (Rec 53-71) nos ha llegado otra versión que confirma, en las líneas generales, lo relatado en los Hechos. La fuente presenta un cierto interés adicional ya que cabe la posibilidad de que recoja una primitiva tradición judeo-cristiana. Aunque en ella hay elementos de carácter que sólo podemos calificar de legendario (la convicción del Sumo sacerdote tras siete días de debate con Santiago acerca de la veracidad del cristianismo hasta el punto de estar dispuesto a recibir el bautismo, el papel sobresaliente de Santiago el hermano de Jesús ya en este periodo, etc), lo cierto es que también encontramos datos que arrojan luz sobre la controversia entre las autoridades judías y los seguidores de Jesús confirmando en buena medida la fuente lucana. En primer lugar, el enfrentamiento se centra fundamentalmente entre los saduceos y los discípulos de Jesús. Es lógicamente la secta más ligada al Templo (en todos los sentidos) la que se siente más afectada por el nuevo movimiento, a la ejecución de cuyo fundador contribuyó activamente. Aunque los judeo-cristianos no se oponen al Templo directamente, creen, sin embargo, (y así lo expresan por boca de Pedro) que los días de éste se hallan contados, una actitud que, como veremos, encontramos repetidas veces en otros escritos judeo-cristianos del Nuevo Testamento anteriores a la destrucción del 70 d. de C. Los fariseos aparecen divididos entre una actitud, más de compás de espera que de tolerancia, similar a la mostrada por Gamaliel en los Hechos, y otra, la de Saulo, que ha descubierto ya que el nuevo movimiento implica un ataque frontal al judaismo tradicional. Esteban no es mencionado si bien el peso inicial de la controversia recae en un judeo-cristiano cuyo nombre, Felipe, parece denotar filiación helenista. Finalmente, se nos señala como las autoridades judías no tuvieron ningún inconveniente en recurrir a la fuerza en el enfrentamiento con los seguidores de Jesús, mientras éste optaba por una actitud de no-violencia.

Los escritos de Pablo son más parcos en cuanto al desencadenamiento de la persecución contra los judeo-cristianos, pero igualmente parecen confirmar los datos que poseemos. La persecución en la que intervino tenía como finalidad clara la aniquilación del judeo-cristianismo, al que contemplaba como un ataque contra las tradiciones judías (Gálatas 1, 13-14 y 1, 22 ss) dejan de manifiesto que el objetivo de la persecución no sólo fueron los helenistas sino también los demás judeo-cristianos. Se trata de una circustancia más que comprensible si partimos de la militancia farisea del mismo (Flp 3, 5-6). Frente a aquel movimiento se unieron - como en el caso de la muerte de Jesús - dos grupos, saduceos y fariseos, a los que separaban entre si multitud de aspectos. Para el primero de ellos, los seguidores de Jesús implicaban una amenaza a su “statu quo”; para el segundo, un ataque vergonzoso e intolerable hacia la Torah tal y como ellos pensaban que debía ser interpretada. Es más que posible que después de la muerte de Esteban, alguien que se había manifestado muy claramente sobre el Templo y la nación de Israel en su conjunto, los mismos fariseos moderados prefirieran mantenerse, en la medida de lo posible, al margen. Desde luego parece desprenderse de las fuentes que esta vez nadie se atrevió a optar por su defensa.
Desencadenada la persecución con una rapidez inesperada, al estilo de otros progromos religiosos del pasado y del presente, el mismo Esteban no pudo siquiera ser enterrado, a diferencia de otros judíos ejecutados en un simulacro de justicia como Juan el Bautista (Mat 14, 12; Mc 6, 29) o Jesús (Mt 27, 57-61; Mc 15, 42-47; Lc 23, 50-56; Jn 19, 38-42), por las personas cercanas a él. De su sepelio se ocupó un grupo de hombres “piadosos” (Hechos 8, 2). [1]. Con todo, lo que quizá fue contemplado como una medida eficaz contra la comunidad de Jerusalén por parte de sus perseguidores, se iba a revelar, indirectamente, como una circustancia que propiciaría su expansión ulterior ya que el misionero aprovechó la dispersión para llevar a cabo una labor de expansión misionera en Palestina.
La persecución contra los seguidores de Jesús si bien se inició en Jerusalén, tuvo posibilidades de extenderse a otros. De hecho, Saulo logró mandamientos judiciales contrarios a los cristianos cuya ejecución debía llevarse a cabo en Siria. La fuente lucana es, al respecto, explícita:

1 Y Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se dirigió al sumo sacerdote 2 Y le solicitó cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si encontraba allí hombres o mujeres de esta secta, los trajera presos a Jerusalem.
(Hch 9, 1 ss).

Que Saulo obtuviera cartas del sumo sacerdote no debe extrañar en lo más mínimo. Se trataba del caso de un celoso fariseo que se dirigía a la máxima autoridad judía con la finalidad de llevar a cabo una campaña para acabar con un grupo detestado. Es de suponer que el sumo sacerdote cedió gustoso si hemos de juzgar por la manera en que había sido juzgado Jesús y la persecución ulterior de sus seguidores. Al actuar así hacía uso de un privilegio legal que venía de lejos, un privilegio que ponía en manos del sumo sacerdote a cualquier transgresor aunque se encontrara en el extranjero. En I Macabeos 15, 21, por ejemplo, se relata que, en 142 a. de C., el embajador romano entregó una carta al rey Ptolomeo VIII de Egipto para que “si algún hombre inicuo huye hacia ti procedente de su país (Judea) debe ser entregado a Simón el sumo sacerdote para que pueda castigarlo de acuerdo con su ley”. Este privilegio de que disponía el sumo sacerdote de Jerusalén fue confirmado a los judíos – a pesar de que ya no eran un estado soberano – en 47 a. de C., por Julio César [1]. Cualquier judío que quebrantara la Torah en cualquier lugar del mundo podía ser extraditado ante el sumo sacerdote para ser castigado y eso era precisamente lo que Pablo pretendía y obtuvo permiso para hacer.
Los datos proporcionados por la fuente lucana serían confirmados años después por el mismo Saulo ya convertido en Pablo. Las referencias son bien elocuentes:

13 Porque ya habéis oído acerca de mi conducta otro tiempo en el judaismo, cuando perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la destruía; 14 Y superaba en el judaismo a muchos de mis contemporáneos de mi nación, siendo muy celoso de las tradiciones de mis padres.
(Gálatas 1, 13-14)

. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, e incluso no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí la iglesia de Dios.
(I Corintios 15, 9)

; 11 Según el evangelio de la gloria del Dios bendito, el cual a mí me ha sido encargado. 12 Y doy gracias al que me fortificó, a Cristo Jesús nuestro Señor, de que me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio: 13 Habiendo sido antes blasfemo y perseguidor e injuriador: mas fuí recibido a misericordia, porque lo hice con ignorancia en incredulidad. 14 Mas la gracia de nuestro Señor fué más abundante con la fe y amor que es en Cristo Jesús. 15 Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. 16 Mas por esto fuí recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna.

(I Timoteo 1, 11-16)

Los datos son, pues, obvios. Saulo era un fariseo celoso – fanático dirían no pocos - que decidió acabar con la peste que significaba el grupo de Jesús. Actuaba por ignorancia y así lo confesaría años después, pero a la sazón sólo sentía que cumplía con un deber sagrado. Saulo no podía saberlo, pero aquella misión que él mismo se había encomendado iba a tener un resultado muy diferente y, sobre todo, cambiaría su vida.
(CONTINUARÁ)

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