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Martes, 3 de Diciembre de 2024

Pablo, el judío de Tarso (XIV): El Evangelio llega a Galacia (I): Galacia

Domingo, 12 de Marzo de 2017

Poca huella parece haber dejado aquella primera incursión de Bernabé y Saulo en la tierra natal del primero. Sea como fuere, ambos decidieron partir desde la isla a Asia Menor. Desembarcaron en Side, o, quizá, en Ataleia, la moderna Natalia y desde allí se dirigieron a Perge de Panfilia, una localidad situada unos diez kilómetros en el interior, en la ruta costera que llevaba desde Éfeso a Tarso.

Perge era la ciudad principal de Panfilia, una región que iba desde la cordillera del Taurus hasta el mar Mediterráneo, y que junto con Licia formaba en aquel entonces una provincia romana. El hecho de que hubiera enclaves judíos en la zona hace pensar que quizá Bernabé y Saulo emprendieron alguna tarea de propagación del Evangelio. Sin embargo, lo cierto es que la fuente lucana no nos refiere nada al respecto. A decir verdad, se limita a decir que Juan Marcos decidió abandonar a Bernabé y Saulo y regresar a Jerusalén (Hechos 13, 13). No sabemos con seguridad a que se debió el abandono del joven judío, pero cabe la posibilidad de que se sintiera desanimado con los magros resultados del viaje. Seguramente esperaba un éxito evangelizador como los que había tenido Pedro en Jerusalén o incluso como los obtenidos por los hermanos de Antioquia. Sin embargo, lo que había encontrado era un viaje atravesando Chipre sólo para hablar en sinagogas donde nadie los había creído y donde el único éxito había sido que el gobernador romano se percatara de que un mago judío era un farsante. Las primeras jornadas pasadas en Frigia debieron convencerle de que no era razonable esperar que las perspectivas mejoraran y como mucha gente joven llegó a la conclusión de que esperar pacientemente no pasaba de ser una pérdida de tiempo. La vida de Juan Marcos volvería a cruzarse con la de Bernabé y Pablo, pero, como tendremos ocasión de ver, de manera bien diferente.

Por supuesto, Pablo no contemplaba la situación de la misma manera. Ciertamente, la experiencia chipriota no había sido buena, pero, seguramente, no debió de darle importancia ante la perspectiva de adentrarse en Galacia llevando el mensaje. La provincia romana de Galacia derivaba su nombre del reino de Galacia fundado por los galos o gálatas que en el siglo III a. de C. habían invadido la península asentándose en un territorio que con anterioridad había pertenecido a Frigia. Con el paso del tiempo, los monarcas gálatas se habían convertido en aliados de Roma quizá porque desconfiaban enormemente de los reinos helenísticos formados tras la descomposición del imperio de Alejandro Magno. En el año 25 a. de C., Amintas, el último rey gálata, cayó combatiendo a invasores procedentes del norte del Taurus. Roma aprovechó la ocasión para incorporarse el territorio de su antiguo aliado. Sin embargo, el emperador Augusto decidió llevar a cabo una remodelación territorial de envergadura. Así, incorporó a la provincia de Galacia un considerable territorio situado al sur formado por la Frigia oriental, Pisidia, Isaurica y la Licaonia occidental. Se trataba de tierras que nunca habían sido étnica o políticamente de Galacia, pero que ahora se conviertieron administrativamente en gálatas. No tenemos noticia alguna de que Pablo visitara alguna de las poblaciones del norte de la provincia romana de Galacia – las étnicamente gálatas – como Pessino al oeste, Tavium al este o Ancyra (la actual Ankara) en el centro. Sí está abundantemente documentado que recorrió el sur de Galacia, es decir, el territorio añadido por Augusto a la provincia. De hecho, el primer destino alcanzado por Pablo y Bernabé desde Perge fue la sureña Antioquía de Pisidia.

Antioquía de Pisidia – o Antioquía cercana a Pisidia como la denomina Estrabón – se hallaba, en realidad, situada en la región de Frigia, en la frontera con Pisidia. En el pasado Frigia había sido un reino, pero los romanos habían optado por dividirlo entre las provincias de Asia y Galacia. Como en el caso de Galacia, las divisiones o agregaciones experimentadas por los antiguos reinos, lejos de ser una muestra de torpeza romana, constituyen una prueba de agudeza política. Al no existir la identificación entre los límites del reino antiguo y la nueva provincia romana, la posibilidad de rebeliones nacionales quedaba en no escasa medida orillada. Antioquía de Pisidia había sido fundada por los seleucidas a inicios del s. III a. de C.. No obstante, hay restos de ocupaciones anteriores del lugar. La razón hay que buscarla en su ubicación estratégica que parecía determinar la ciudad como puesto de vigilancia fronteriza. Lo mismo debió pensar Augusto en el año 6 a. de C., cuando la convirtió en colonia romana con la designación de Colonia Caesarea. Como todas las colonias romanas, Antioquía de Pisidia contó con asentamientos de soldados romanos veteranos junto con la población local y sirvió como eficaz instrumento de romanización. De hecho, las colonias romanas constituían islas de ciudadanos romanos en medio de poblaciones que no lo eran y se gobernaban como la misma Roma. Así, elegían anualmente dos magistrados para gobernarlas a semejanza de los dos cónsules romanos.

 

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