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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Pablo, el judío de Tarso (XLII)

Domingo, 1 de Octubre de 2017

EL SEGUNDO VIAJE MISIONERO (XVIII): las cartas a los Corintios (V): La segunda carta a los Corintios (I)

Como ya hemos señalado, la carta que aparece como segunda de corintios en el Nuevo Testamento, es la última de una serie de misivas, la que marca precisamente la restauración de las buenas relaciones entre el apóstol y la iglesia de Corinto. El texto, en buena medida, constituye una recapitulación de la crisis previa con los corintios. Ahora todo estaba aclarado y el apóstol insistía en que no se recordaran las antiguas ofensas:

 

5 Pero si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado a mí, sino en cierta medida, para no exagerar, a todos vosotros. 6 A esa persona debe bastarle esta reprensión procedente de muchos; 7 Así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarlo y consolarlo, para que no se vea consumido por una excesiva tristeza. 8 Por lo que os ruego que confirméis el amor para con él. 9 Porque también por este fin os escribí, para comprobar si obedecéis en todo. 10 Y al que vosotros perdonáis, yo también lo hago; porque también yo lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho ante el mesías.

(2 Corintios 2, 5-10)

 

Afortunadamente, las tensiones y la angustia son cosa del pasado (2, 12-13). Es lógico que así sea porque, a fin de cuentas, Pablo y sus colaboradores son servidores de un Nuevo Pacto basado en el Espíritu y en la luz, y no en la letra y las tinieblas (3,1-4-6). Es cierto que, al ser ellos los transmisores del mensaje, es como si la gloria se guardara en vasos de barro (4, 7) y no puede negarse que esa entrega implica llevar la muerte de Jesús en el cuerpo, pero esa circunstancia se traducirá en que también la vida de Jesús acabe manifestándose en el cuerpo (4, 10). Ésa es la razón por la que los evangelizadores no desmayan:

 

18 porque no miramos a las cosas que se ven, sino a las que no se ven: porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas.

(2 Corintios 4, 18)

Es precisamente en ese momento de la carta, cuando Pablo introduce un tema de especial relevancia, el del destino de los creyentes cuando se produce su muerte. Ya hemos visto que el apóstol creía en la resurrección no sólo porque apareciera en las Escrituras y fuera una enseñanza tradicional de los fariseos, sino también porque existían centenares de testigos oculares de que Jesús había resucitado. Sin embargo, ¿qué sucedía entre el momento de la muerte y aquel en que se recibiría un nuevo cuerpo al regresar el mesías? La respuesta de Pablo es que, al verse el creyente desnudado de su cuerpo material, su existencia perduraba en el cielo al lado de su salvador, de una manera que no puede describirse adecuadamente en términos exclusivamente humanos:

 

1 PORQUE sabemos, que si esta casa terrestre en que vivimos se deshiciere, contamos con un edificio de Dios, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos. 2 Y por esto también gemimos, deseando ser sobrevestidos de aquella nuestra habitación celestial; 3 porque así seremos vestidos, y no quedaremos desnudos. 4 porque los que seguimos en esta casa, gemimos agobiados; porque no quisiéramos vernos desnudos; sino revestidos para que lo mortal sea absorbido por la vida. 5pero el que nos hizo para esto mismo, es Dios; el cual nos ha dado la prenda del Espíritu. 6 Así que continuamente estamos confiados, y sabiendo, que entre tanto que estamos en el cuerpo, somos como peregrinos lejos del Señor; 7 (Porque por fe andamos, no por vista;) 8 pero confiamos, y desearíamos partir del cuerpo, y estar junto al Señor. 9 Por lo tanto, procuramos ya estemos lejos o cerca, serle gratos. 10 porque es indispensable que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal del mesías, para que cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, sea bueno o malo.

(2 Corintios 5, 1-10)

Mientras llega ese momento, la misión de los creyentes consiste en comportarse como alguien que es consciente del amor que Dios ha derramado y derrama en sus existencias y que, por eso mismo, debe impulsar una forma de vida diferente:

 

14 Porque el amor del mesías nos apremia, al pensar que si uno murió por todos, por tanto, todos han muerto; 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 16 De manera que nosotros de aquí adelante a nadie conocemos según la carne, e incluso si al mesías lo conocimos según la carne, ahora ya no lo conocemos así. 17 De modo que si alguno está en el mesías, es una nueva criatura: las cosas viejas pasaron; mira, todas son hechas nuevas. 18 Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió consigo a través del mesías; y nos dió el ministerio de la reconciliación. 19 Porque ciertamente Dios estaba en el mesías reconciliando el mundo consigo mismo, no imputándole sus pecados, y nos encomendó la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre del mesías, como si Dios rogase a través de nosotros: os rogamos en nombre del mesías: Reconciliaos con Dios.

(2 Corintios 5, 14-20)

CONTINUARÁ

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