Sin ningún género de dudas, las comunidades con las que Pablo mantuvo una correspondencia más numerosa y, a la vez, más apasionada fueron las que estaban asentadas en la ciudad griega de Corinto. Aunque en el Nuevo Testamento, aparecen dos cartas dirigidas a estas iglesias, no es menos cierto que sabemos que el apóstol les envió más misivas a las que incluso se refiere en sus escritos. El hecho de que una parte de esa correspondencia se haya perdido, ha provocado diversas especulaciones sobre su contenido e incluso sobre su posible supervivencia en el seno de las cartas que nos han llegado. Con todo, puede reconstruirse con bastante probabilidad la secuencia de las cartas.
Primero, hubo una carta previa a nuestra I de Corintios a la que se refiere el propio Pablo [1]. En esta misiva, el apóstol habría hecho un especial énfasis en la necesidad de que los cristianos se mantuvieran distanciados de la inmoralidad que reinaba en Corinto. Esa temática concreta ha llevado a algunos autores a identificar esa carta con 2 Corintios 6, 14-7, 1, pero la verdad es que los argumentos a favor de esa hipótesis distan mucho de ser concluyentes. Lo más lógico parece ser concluir que esa carta – la denominada carta previa - se perdió.
La segunda carta a los corintios – nuestra primera – se debió a una serie de cuestiones que podemos reconstruir a partir de las diferentes fuentes. Por un lado, los creyentes de la casa de Cloe le informaron de que existían divisiones entre los miembros de las comunidades (I Corintios 1, 11). Esta información fue confirmada por Esteban, Fortunato y Acaico cuando le visitaron en Éfeso (I Corintios 16, 17). A todo ello se añadió una carta de los creyentes corintios en que le consultaban sobre algunos temas, tal y como señala el mismo Pablo (I Corintios 7, 1). La necesidad de responder a las dudas que le planteaban y la inquietud pastoral por las divisiones en el seno de la comunidad acabaron impulsando a Pablo a escribir una carta – la I de Corintios – que fue llevada personalmente por Timoteo (I Corintios 4, 17).
En contra de lo que hubiera sido de desear, la carta no sólo no consiguió sus objetivos sino que además la situación empeoró. Ese deterioro de la situación impulsó a Pablo a realizar una segunda visita a Corinto – la primera aparece descrita en Hechos 18, 1-17 – de la que no tenemos datos directos. Lo único que sabemos es que se produjo porque el apóstol se refiere a una tercera visita (2 Corintios 13, 1-2) que, obviamente, tuvo que ser precedida por una segunda.
Ni siquiera la visita de Pablo sirvió para tranquilizar los ánimos. Por el contrario, las discrepancias aún se agudizaron más y el apóstol se vio obligado a enviar una nueva carta especialmente dura. Por lo que comenta Pablo en 2 Corintios 2, 4 y 7,8 debió ser muy severa y, esta vez, el emisario fue Tito (2 Corintios 2, 13; 7, 13). Algunos estudiosos han identificado esta carta con los capítulos 10 al 13 de 2 Corintios, pero no pasa de ser una mera especulación sin base documental. Lo más seguro es que esa carta se haya perdido.
La dureza de la carta y la enorme preocupación por los corintios impidieron a Pablo esperar hasta que regresara Tito con la respuesta, de manera que decidió ponerse en camino para salirle al encuentro (2 Corintios 2, 13; 7, 5, 13). Coincidieron así en algún lugar de Macedonia donde Pablo, con enorme alivio, fue informado por su colaborador de que todo se había solucionado. Aquella buena noticia calmó a Pablo que entonces escribió – posiblemente en Filipos – una última misiva a la que se suele denominar la carta de la reconciliación. Se trata, obviamente, de nuestra 2 Corintios, aunque los que consideran que los capítulos 10-13 de esa carta son la carta dura, sostienen que esta última misiva estaba formada únicamente por los capítulos del 1 al 9. Dado que, en nuestra opinión, las cartas primera y segunda a los corintios son textos completos en si mismos escritos y recibidos precisamente en ese orden, será así como los analizaremos sucintamente en las próximas entregas.
CONTINUARÁ
[1] I Corintios 5, 9.