En realidad, nuestro único delito consiste en haber contado al mundo, de una manera u otra, las mentiras del nacionalismo ucraniano. La lista – que reúne a unas cuatrocientas personas – está formada en su mayoría por artistas, intelectuales o periodistas y es en esta última categoría donde yo aparezco junto a dos colegas españoles que ahora mismo están desaparecidos en Siria y que también contaron la verdad de lo que sucede en Ucrania. La libertad de expresión y el decir la verdad guste o no tiene estos tributos y los tiene sobre todo cuando choca con los intereses de un nacionalismo como el ucraniano que ahora insiste en que es democrático y quiere entrar en la UE, pero que cuenta con un pasado de colaboración con Hitler, de participación masiva en el exterminio de los judíos durante el Holocausto y de formación de divisiones de las SS. Sólo los intereses absurdos de una visión trasnochada de la política internacional permitieron, primero, que Ucrania se desgajara de la Rusia a la que siempre perteneció, en contra de lo pactado entre Estados Unidos y la URSS, y después se convirtiera en un estado insostenible, auténtico feudo de unos nacionalistas corruptos y perseguidores de la libertad de expresión. Si decir la verdad significa entrar en listas negras - ¡una más! – que así sea porque ya conocemos la catadura moral de aquellos que califican como criminales a los que sólo dicen la verdad. La segunda noticia es más triste y se relaciona con el título de este post. Ayer, miércoles, se emitió – sin que yo lo supiera entonces - el último programa de La Voz. Mi afirmación, con seguridad, sorprenderá a muchos de ustedes y más cuando colaboraron en el proyecto de crowdfunding para que hubiera una segunda temporada del programa que me honro en dirigir. Lo cierto es que el miércoles por la tarde, una de las entidades que había colaborado en la organización del crowdfunding me comunicó que tenía la intención de quedarse con la mitad de los fondos obtenidos. Ciertamente, le era posible al haber gestionado la tramitación, pero, moral y jurídicamente, al actuar así incurre en una conducta que yo sólo puedo ver como inaceptable y en la que no puedo consentir. La gente que donó cinco, diez, cien euros no lo hizo pensando ni lejanamente en esa entidad sino que actuó de esa manera para que La Voz se pudiera escuchar una temporada más. A decir verdad, dudo que jamás nadie hubiera aportado un euro a la entidad en cuestión. Quedarse, pues, con un solo céntimo de ese dinero y destinarlo a otros fines constituye un comportamiento para el que no puede haber justificación alguna por mucho que se apele a las causas más nobles. Naturalmente, me negué rotundamente a que un solo euro de los que donaron se destinaran a una finalidad distinta de aquella para la que ustedes lo entregaron. Naturalmente, podría haber guardado silencio, podría haber tolerado aquel comportamiento y podría haber seguido adelante aprovechando el dinero que quedara del crowdfunding sin mover un dedo. Naturalmente, podría, pero decidí no hacerlo bajo ningún concepto. Inmediatamente, comuniqué al responsable de la entidad que, al no cumplir lo pactado, me vería en la obligación de ocuparme personalmente de que se devolviera hasta el último céntimo a la gente que había colaborado en el crowdfunding. Por supuesto, también el programa dejaría de emitirse y no sólo porque no se podría mantener económicamente sino porque no podía aceptarse que se utilizara la donación de cualquiera para una finalidad distinta. Esta mañana – madrugada en América - me comunicaron que el programa ya no se emitiría. Era lo que esperaba y la verdad es que no me sorprendió aunque yo había dado de plazo hasta el mediodía del viernes para que se reflexionara sobre el tema, se recondujera y se pudiera salvar el proyecto. No fue así. Me puse entonces en contacto con la compañía de crowdfunding para señalarles que debía devolverse el dinero a los donantes y que, puesto que ellos habían realizado un trabajo por el que debían cobrar, estaba dispuesto a abonárselo de mi propio bolsillo para que nadie se viera perjudicado ni viera mermado el dinero que debía recibir en la devolución. A fin de cuentas, comencé a dirigir el programa perdiendo dinero, seguí perdiéndolo durante su realización y parece que voy a abandonarlo en la misma tesitura. No es tan grave si bien se mira porque, puestos a perder, hay muchas cosas mucho más valiosas que el dinero. La persona que me atendió en la empresa de crowdfunding no sólo me dio la razón en mis planteamientos sino que además me aseguró que la gente recuperaría su dinero e incluso se brindó a ofrecer a esas personas que tan generosamente habían contribuido con sus donaciones a retener su devolución a la espera de que el programa pueda producirse de otra manera. Le contesté que no podía tomar una decisión en ese sentido, pero que le agradecía su comprensión y su sugerencia y que, por supuesto, pensaría en ella. No cabe duda de que captó desde el primer momento la naturaleza del problema, de que conocía la voluntad real de la gente – que no la supuesta - y que decidió ayudar en paliar las consecuencias. No puedo sino agradecérselo de corazón. Crean que todo esto me causa un profundísimo pesar y me parte el alma y es así no tanto porque deje de emitirse un programa realmente libre e independiente sino por la manera en que ha transcurrido todo. Ayer, escucharon ustedes el último programa de La Voz y con él las voces de Roberto Centeno y de Pilar Muñoz, Sagrario Fernández Prieto y Luis Ortiz, y, por supuesto, la mía ya no se oirán en las ondas. Tanto ustedes como ellos y quien ahora escribe estas líneas hicimos todo lo posible, pero, al fin y a la postre, las intenciones de otros han llevado el proyecto hasta su descarrilamiento. Cuestión aparte es si será de manera definitiva o temporal. Deseo subrayar que no siento amargura ni rencor hacia nadie. Ni siquiera hacia aquellos que en las últimas horas han pronunciado atrocidades sobre mi simplemente porque me resistía a que se quedaran con un dinero que no les corresponde para destinarlo a fines para los que no se donó. Seguramente, pensaban que se comportaban de la manera adecuada y yo no tengo el menor deseo de discutir con ellos o de emitir juicios condenatorios. Por el contrario, me siento muy agradecido a la gente que como Antonio Resco, Luis Ortiz, Diego Izaguirre, Miquel Rosselló, Roberto Centeno, Pilar Muñoz y Sagrario Fernández Prieto hicieron posible La Voz durante toda una temporada y lo que parecía que iba a ser una segunda. Ni que decir tiene que esa gratitud la extiendo de manera muy especial y afectuosa a todos los que con enorme ilusión y cariño apoyaron el crowdfunding para hacerme llegar unos fondos que permitieran seguir emitiéndolo. Demostraron ser de lo mejor y nunca olvidaré su entusiasmo, su entrega, su bondad y su cariño, un entusiasmo, una entrega, una bondad y un cariño que encauzaron hacia ayudarme para sacar adelante el programa y no a que esos fondos fueran a parar a otras manos y otros proyectos. El que se vean tratados así es lo que más me apena de todo este episodio. Como en tantas dificultades por las que he pasado a lo largo de mi vida – y como recordamos en el campus literario al reflexionar sobre el Quijote - sé que la mano de la Providencia se encuentra detrás de esto. Confiemos en Dios y hagámoslo sin dejarnos doblegar jamás por la iniquidad y sin pactar con la injusticia, firmes en nuestro camino de verdad y libertad y animosos porque seguro que, por difícil que parezca, todo ha sido para mejor. En estas páginas al menos seguiremos encontrándonos y en el futuro Dios dirá si a este medio se suma algún otro. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!