La cuestión era oportuna, pero no podía responderse en unas líneas – y eso que, en ocasiones, mis respuestas no son precisamente cortas – y me llevó a pensar en una serie breve donde no sólo señalara si fuera el presidente de esa nación sino también de otras. No hace falta que subraye que semejante ejercicio de imaginación no pasa de ser un juego porque por no tener posibilidades yo no tengo ni la de presidir una asociación de jugadores de bingo o de paseantes de parques, pero ese ejercicio sí me permite exponer lo que pienso de ciertas situaciones y cómo creo que podrían solucionarse. Permítaseme, pues, que comience con la nación más poderosa del planeta en la que, por añadidura, vivo. ¿Qué haría yo si fuera presidente de los Estados Unidos?
En primer lugar, desvincularía la política de Estados Unidos de lo que el general Eisenhower denominó en su discurso de despedida de la presidencia “el complejo militar-industrial”. Seguramente, sería lamentable que miles de personas perdieran su puesto de trabajo porque el estado no compraría tanques, aviones y barcos totalmente innecesarios, pero liberaría de un gasto opresivo y carente de utilidad a los contribuyentes. Estados Unidos cuenta con una marina de guerra que es mayor que las otras diez marinas siguientes sumadas – en el caso de los portaviones la diferencia es todavía más notable – y, realmente, no necesita segur incrementando ese gasto. A decir verdad, Estados Unidos que es un sistema de libre mercado, resulta pesadamente keynesiano en materia de gasto militar. Pero con este paso, la política de Estados Unidos estaría vinculada a los intereses de los ciudadanos y no al “complejo militar-industrial”.
En segundo lugar y en relación directa con lo anterior, me retiraría totalmente de aquellas zonas del mundo donde los intereses de Estados Unidos no están en juego. Eso significaría salir, entre otros lugares, de Siria, Libia, Irak y Afganistán. En la época en que Estados Unidos no se autoabastecía de petróleo podía señalarse que su presencia allí era obligada – podía señalarse aunque no resulta nada claro – pero ahora no tiene sentido salvo seguir aumentado las fortunas de ciertas empresas. Algunos alegarán que eso sólo multiplicaría el dolor en el mundo. En realidad, creo que es lo contrario. La intervención en Irak ha costado un millón de muertos en su inmensa mayoría civiles, más de cuatro millones de desplazados y un caos al que no se le ve el fin. Todo ello sin contar con la aparición de movimientos islamistas impensables hace décadas. Fue Reagan el que se percató de que es mejor retirarse que enfangarse en otro Vietnam. Lo hizo del Líbano después de que terroristas islámicos volaran por los aires un cuartel de marines. Reagan no era una paloma, pero sí era práctico. No tiene sentido gastar los recursos de la nación en guerras que no se pueden ganar y por lo que se refiere a los habitantes de ciertas naciones, hartos de matarse, acaban llegando siempre a algún acuerdo como pasó en el Líbano. Por otro lado, no cabe engañarse. Estados Unidos no interviene en otras partes del mundo por razones humanitarias, ¿por qué debería hacerlo en estos lugares?.
En tercer lugar, reduciría el número de bases de Estados Unidos en el mundo abandonando la visión holgazana mentalmente de la guerra fría. La URSS desapareció hace décadas y, como ha señalado hace unos días, Henry Kissinger la política seguida por la Casa Blanca en Ucrania no sólo es estúpida sino peligrosa. En la medida de lo posible, intentaría cumplir las promesas que Reagan y Bush padre hicieron a Gorbachov y en lugar de segur quebrantándolas colocando misiles por toda Europa oriental, crearía una enorme zona desmilitarizada que incluyera, por supuesto, a Ucrania. En cuanto a sus dirigentes nacionalistas les podrían ir friendo un paraguas.
En cuarto lugar, abandonaría, siguiendo el consejo de los Padres fundadores, las alianzas permanentes - salvo para endeudar a la nación y mantener la idea de un imperio monopolar no tienen utilidad real – y me centraría en las relaciones comerciales antes de que China acabe comiéndose todo el pastel económico del planeta.
En quinto lugar, emplearía la reducción drástica del gasto en acometer la reforma de áreas como la educación y la sanidad. Estados Unidos – especialmente a instancias del partido republicano – ha ido recortando de tal manera los presupuestos de educación que ha dejado de estar a la cabeza en determinados terrenos tecnológicos que no son de uso militar. Así, por ejemplo, en el Iphone – que es americano – los países que más parte del precio se llevan son Alemania y Japón. Hasta China – que sólo monta piezas – amenaza con adelantar a Estados Unidos en los beneficios del citado móvil. Yo me centraría en volver a colocar a la nación a la cabeza de la tecnología en todas y cada una de sus áreas. Pero sería también drástico en el tema de la sanidad. Una vez más, los republicanos – que no ven el límite al gasto militar – llevan décadas arremetiendo contra un sistema sanitario que no es precisamente el mejor del mundo a pesar de que se mantiene con las aportaciones de los ciudadanos. Por primera vez, podría crearse un sistema sanitario óptimo y sin el coste que significa plegarse ante el lobby médico como es el caso del Obamacare. No faltaría dinero y la prueba es una nación vecina como el Canadá, pero además piénsese, por ejemplo, en que el coste de la guerra de Irak hasta 2010 ya era superior al de la seguridad social para el próximo medio siglo. Se trataría de priorizar y de hacerlo de la mejor manera.
En sexto lugar, rebajaría los impuestos de particulares y empresas, pero, a la vez, obligaría a las grandes transnacionales a tributar en Estados Unidos. Que Coca-Cola, Bank of America, GM y otras grandes compañías apenas tributen porque han colocado su matriz en Irlanda es una estafa y debe ser tratada como tal y
En séptimo lugar, crearía un banco nacional y arrancaría de la Reserva federal – que sólo es un conjunto de bancos privados – el control que desde hace poco menos de un siglo tiene sobre buena parte de la economía nacional.
En última instancia, se trataría únicamente de regresar a las raíces de esta gran nación que fue concebida – como su propio juramento de lealtad afirma – como “una nación indivisible, bajo Dios, con libertad y justicia para todos” y dejar a un lado los sueños imperiales de minorías nada idealistas que estuvieron a punto de quebrar a la nación en 2008 y que llevan todo lo que va de siglo arrastrándola a guerras que no puede ganar y que sólo debilitan su imagen y su papel internacional.
Pero, gracias a Dios, yo no soy presidente de los Estados Unidos y me veré liberado de las tormentas de intereses nada puros que provocarían todos y cada uno de esos pasos. Soy afortunado ciertamente porque quizá de serlo y aplicar este programa acabaría como JFK.
Próxima entrega: Si yo fuera presidente… de Israel