Es más. No se les ocurra preguntar por las misiones porque las asociaciones indígenas y las universidades han publicado sesudos estudios estadísticos en los que se afirma que ir a parar a una de ellas constituía para los indios la pena de trabajos forzados unida en un porcentaje elevadísimo a la de muerte. Fray Junípero Serra habrá sido canonizado por el papa Francisco – con protestas enormes en Estados Unidos – pero hubo campos de concentración con un porcentaje mayor de supervivientes que las misiones que fundó. Hoy, la presencia española en California es, fundamentalmente, la de un idioma excepcional y la de los millares de españoles que no se creen que la crisis haya concluido en España y han venido en busca de trabajo. Sin embargo, todo esto resulta, en realidad, secundario. Lo importante es que España podría ser la California del sur de Europa y, sin embargo, no parece que vaya a conseguirlo. Tendría en primer lugar que eliminar el sistema caro e ineficaz del estado de las autonomías que, desde hace mucho, sólo sirve no para atender mejor a los ciudadanos sino para autoalimentarse.
En segundo lugar, debería librarse de manifestaciones retrógradas como los conciertos económicos vasco y navarro o eso que llaman nacionalismos periféricos y que sólo son regionalismos depredadores.
En tercer lugar, debería adoptar toda una cosmovisión surgida con la Reforma protestante del siglo XVI y base de la constitución de Estados Unidos que pasa, entre otras cuestiones, por una separación drástica de poderes, una cultura del trabajo y de la veracidad y una clara supremacía de la ley.
Finalmente, debería arrojar por la borda una forma de enfocar la vida que castiga a los emprendedores, pero está encantada de premiar a los que se incrustan en el aparato del estado o viven de sus presupuestos. No tengo la sensación de que exista un solo partido que se plantee esos objetivos, ni siquiera de manera limitada y, precisamente por ello, no me hago ilusiones de que España llegue a ser la California del sur de Europa aunque podría lograrlo holgadamente por no pocas razones. Al final, no se trata sólo del paisaje sino también del paisanaje y a ése me lo encuentro en los lugares más insólitos desde Terranova a la Tierra del fuego porque - ¡ay esa desconfianza! – no creen una sola palabra de lo que afirman Montoro o Guindos.