Fue así como adquirió esta propiedad aunque justificó la compra por parte de la sociedad Wachtower, la corporación que gobierna a los testigos de Jehová, alegando que en breve iban a resucitar personajes bíblicos como Abraham y el rey David y que se les brindaría alojamiento en el inmueble. No hace falta señalar que la profecía de Rutherford – como tantas otras suyas – no se cumplió, pero sí que pudo disfrutar a costa de los infelices que lo seguían de un lugar agradable para pasar el invierno. Me he acercado a la casa que la sociedad Wachtower vendió hace años imagino que harta de esperar a que los patriarcas regresaran de la tumba y confieso que mis sensaciones han oscilado entre llorar o soltar la carcajada. Por un lado, me dan pena aquellos pobres adeptos que iban vendiendo casa por casa La Atalaya mientras Rutherford gastaba un dineral en licores, en automóviles de lujo y en una residencia invernal bajo el sol. Por otro, no puedo evitar la risa al pensar en lo fácil que resulta engañar a tantos cuando, previamente, se les ha colocado una venda en los ojos que no les permita ver más allá de sus narices. La morada tiene un aspecto agradable con un cierto aroma español ya trasmutado en estilo californiano. Como residencia unipersonal presenta un exterior atrayente, pero ¿cómo pudo alguien creer que de Noé hasta Zacarías iban a caber en ella los grandes personajes del Antiguo Testamento? ¡Habrían estado como piojos en costura! Al menos, hay que reconocer que los norteamericanos asumen su Historia. Ninguno de los estafados por Rutherford ha pedido la demolición de Beth Sarim. No hay pintadas acusando de malversadora a la sociedad Wachtower y, desde luego, los nuevos propietarios pueden disfrutar tranquilamente de su propiedad porque los okupas no existen a este lado del Atlántico. A decir verdad, cualquiera que irrumpe en un inmueble ajeno sabe que se arriesga a que lo abatan de un tiro por entrar donde no debe. Para pensar.