Miércoles, 24 de Abril de 2024

Desde el Tíbet (III): llegamos a Lhasa

Lunes, 17 de Agosto de 2015

​Resulta curiosa la manera en que los medios de comunicación, comenzando con la literatura y siguiendo con el cine y la televisión, deforman nuestra visión de la realidad.

Tíbet nos sugiere nieves perpetuas, el yeti, desfiladeros infranqueables, trajes de pieles… es algo muy distinto. De entrada, aunque se encuentre en el techo del mundo, el Tíbet es una meseta. Cuando el avión se va acercando a Lhasa lo que ve no son elevaciones cubiertas de nieve sino montañas gastadas y chatas que están época del año resultan tan secas como el desierto. Quizá en invierno la nieve cubra todo – imagino que así será – pero no por ello cambiará el panorama geológico. Son estas tierras muy viejas y no elevaciones orográficas jóvenes. Precisamente por ello, en el camino del aeropuerto a Lhasa lo que se va desplegando ante nuestros ojos no es lo que esperamos sino un paisaje reseco que recuerda poderosamente a los alrededores de Zaragoza. La diferencia estriba en que las infraestructuras construidas por los chinos son mucho mejores que las que uno encuentra en Aragón.

En la actualidad, hay seis millones de tibetanos, pero sólo cuatro habitan el Tíbet. El resto se concentra de manera preferente en Nepal e India. De lo que siguen en su suelo natal, el setenta por ciento es nómada y el treinta por ciento se halla en las ciudades. Lhasa, por ejemplo, tiene unos cuatrocientos mil habitantes. Los chinos que se han ido asentando en el Tíbet desde los años cincuenta son unos ocho millones y su presencia es fácil de percibir no sólo por su número sino porque su aspecto es distinto del que presentan los tibetanos. Éstos son de piel más curtida, rojiza a decir verdad, incluso oscura y sus pómulos resultan mucho más anchos y altos. Sinceramente, resulta muy difícil confundir a un tibetano con un chino.

Tendré ocasión de volver sobre el tema varias veces, pero adelanto que todo lo que de moderno se encuentra en el Tíbet es obra de los chinos. Durante siglos, los tibetanos vivieron aislados del mundo sometidos a una teocracia que, para mantener su poder, sabía que tenía que mantener también en la ignorancia a los tibetanos. Para éstos bastaba el someterse a la “única iglesia verdadera – en este caso budista – fuera de la cual no hay salvación” y no saber nada más que cuestionara semejante statu quo. Que el budismo tibetano – en contra de lo que dicen los lamas – se parezca escasamente al predicado por Buda e incluso se dé de bofetadas con él a los que cortaban el bacalao en Lhasa les importaba un dedo de grasa de yak. El Tíbet llegó incluso a permitirse aventuras imperiales, pero los lamas acabaron llegando a la conclusión de que cuanto más aislados estuvieran más fácil resultaría mantener su dominio religioso y político. Los paralelos con otros sistemas saltan a la vista. Por supuesto, los occidentales llegaron hasta el Tíbet, pero o llegaron en poco número o con poca inteligencia para cambiar nada. Ese paso se daría con China. También volveré sobre ese tema más adelante, pero ya anticipo que ni una carretera digna de tal nombre, ni un túnel que horade las montañas, ni una calle de aspecto medianamente digno, ni una avenida, ni un aeropuerto que merezca esa definición se ha construido sin el impulso, el respaldo, el trabajo y el dinero de China. En estos días, tendré ocasión de ver hasta qué punto el régimen comunista afecta la práctica del budismo, pero ya señalo que, en el vestíbulo del hotel, hay dos estatuas de Buda provistas de tazones de metal para ofrecerle oraciones y que los autos en los que he subido llevaban colgados símbolos budistas de manera más que ostensible. Veremos que me cuentan los monjes, pero me extrañaría mucho que todos pertenecieran a la Guardia Roja… Y ahora, si me lo permiten, voy a seguir combatiendo el mal de altura que en el Tíbet es muchísimo más severo que en el Cuzco. Este post llegara cuando Dios quiera porque el acceso a Facebook es imposible – lo que aprovechan los trolls siempre cobardes y casi siempre escribiendo bajo pseudónimo- e internet constituye una aventura. Hasta entonces God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

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