Mi vuelo iba a ser el sábado por la mañana, pero el mal tiempo obliga a cancelarlo y me lleva, con conexión previa, a llegar a Miami por la tarde. Héctor Rocha, con harto pesar para los dos, tiene que adelantar mi vuelo a la noche del viernes. El uber que me lleva al aeropuerto desconoce el camino de manera que en algún momento me temo que voy a perder el viaje. Gracias a Dios no es así. Antes de despegar, el piloto nos advierte de que han tenido muchas turbulencias a la venida al acercarse a Monterrey y que las vamos a tener ahora a la salida. No exagera. Las turbulencias son de película de catástrofe de los años setenta. Imagino que nos consolamos pensando que el vuelo es corto y el tormento no puede resultar prolongado. A decir verdad, los vaivenes sólo se interrumpen cuando estamos a una media hora del DF.
El avión me dejará en el DF pasadas las 12 de la noche. Tengo que encontrar la terminal de conexión que se encuentra a bastante distancia y que me obliga a tomar un autobús, pero, al fin y a la postre, llego. Mi vuelo para Miami no sale hasta la 1 del mediodía. Mi intención es cambiarlo porque la noche anterior apenas he dormido tres horas. Confieso que hay momentos en que creo que me voy a caer. Tras dar bastantes vueltas, consigo encontrar un restaurante abierto. Logro un buen asiento, me conecto a internet y me pongo a trabajar para aprovechar el tiempo. Me harto de café esperando que sobre las 3 o las 4 de la mañana abra el mostrador de la American Airlines. A las tres y media, cuando las piernas casi no me sostienen y los ojos se me cierran, abren. La empleada me atiende con enorme amabilidad y acepta cambiar mi vuelo a Miami de las 13 horas por otro a las 7. Elevo una plegaria ante esa muestra de la misericordia de Dios y de la eficacia de la compañía aérea norteamericana. Ahora se trata de no quedarme traspuesto a la espera porque dos noches sin dormir son mucha vela.
Sentado en la sala de embarque, de vez en cuando doy cabezadas, pero consigo mantenerme despierto hasta las 6.30 que comenzamos a subir al avión. Estoy tan exhausto que el aparato no ha despegado y yo me he quedado traspuesto. Algo duermo, pero para cuando llego a Miami estoy hecho alheña. Me digo que debo descansar el sábado porque el domingo espero una visita y tengo que atenderla.
El domingo, muy de mañana, despierto sumido en un malestar general. Me tomo la temperatura. Ando poco por debajo de los cuarenta grados. No dudo en atribuir todo al enorme cansancio que se ha ido acumulando durante los meses anteriores y al último viaje que ha sido de cuidado. A las conferencias, seminarios y demás no he dejado de añadir un solo día el programa de radio y, por supuesto, las colaboraciones que he de escribir. Si se suma la carencia de descanso y los vuelos tampoco es sorprendente que me encuentre como estoy. Por añadidura, no puedo contar con reposar varios días. Tengo que reponerme porque la temporada de La Voz no ha concluido y el lunes por la mañana, además debo partir a Orlando y son casi cuatro horas de viaje en automóvil.
El descanso resulta reparador. La visita llega y se asusta al ver mi aspecto, pero creo que contribuye a que pueda mejorar. La fiebre comienza a bajar el domingo y por la noche, estoy a punto de librarme de ella. El lunes, tras hacer el programa de radio – otro compromiso que no perdona -salgo para Orlando. Estoy invitando por una asociación de pastores del centro de la Florida. Celebran su cena anual y han decidido que yo pronuncie la conferencia con el tema de la Reforma y los desafíos para la iglesia hispana del siglo XXI. Es una curiosa combinación. Podía haber hablado de la Reforma y el Quinto centenario o de los retos con los que se enfrenta el pueblo de Dios en el mundo hispano. Sin embargo, no va a ser o una cosa o la otra sino ambas.
Durante mi exposición, enfatizo los desafíos con los que se encontró el cristianismo a inicios del siglo XVI y cómo cuenta con paralelos a día de hoy. También en la actualidad hay estafadores espirituales que, como los vendedores de indulgencias de antaño, prometen bendiciones de Dios a los que dan dinero al clero. Tampoco faltan los que se arriman al poder y no son escasos los que cifran en la espectacularidad su garantía de éxito. Si a lo anterior se suman desafíos como la ideología de género o los que Hispanoamérica arrastra desde hace siglos no se puede negar que el panorama exige una profunda reflexión y un no menos amplio desafío. Los instrumentos para abordarlo correctamente son los tres pilares de la Reforma: Sola Scriptura, Solo Christo y Sola Gratia.
El auditorio queda muy impresionado por mi exposición. Me ha acompañado a Orlando la doctora Misty Grant, presidenta de la Logos University. En varias ocasiones, he señalado que es una de las mujeres por las que siento un mayor aprecio y admiración. El trabajo que ha realizado en la Logos en los últimos años ha sido realmente extraordinario proporcionándole una proyección internacional que impresiona. Sin embargo, lo mejor no es todo lo que ha hecho – que es colosal – sino la visión que tiene de futuro. Conversar con ella es una delicia y contrasta con el enorme aburrimiento que deriva de las conversaciones que tengo que mantener con otras personas. La Dra. Grant tiene una conversación inteligente y sin una sola palabra de más lo que la diferencia de personas que pueden hablar durante horas sin decir nada que merezca la pena.
Antes de mi exposición, nos entrevistan a ambos para la televisión. Al concluir, me quedaré después un rato firmando y charlando con la gente que además de comprar mis libros quiere comentar algo. La doctora Grant se dirige para Jacksonville – son más de tres horas de automóvil que comienzan casi a las doce de la noche – mientras que yo me voy a descansar en la habitación que me ha preparado el Instituto Wycliffe. Apenas duermo tres horas. A las tres y media me recogen para ir al aeropuerto. Teóricamente, mi vuelo a Miami ha de durar una hora y diez. El piloto anuncia que la duración será de cuarenta y cinco minutos. Se reducirá a treinta y siete. Apenas he tenido tiempo de tomarme un café y ya nos preparamos para aterrizar.
Ha sido mi último viaje del año aunque, en esta ocasión, no haya salido de los Estados Unidos. No puedo negar que me siento exhausto. Llego a casa justo a tiempo para hacer el programa de radio. Tenemos además a Centeno. Me pregunto casi riéndome cómo me aguanta el cuerpo y me respondo que en una semana las emisiones se detienen hasta el año que viene y podré descansar. Este 2017 ha sido extraordinario desde muchos puntos de vista, pero no cabe engañarse. Estoy exhausto. Ese fin de semana volveré a recaer en la fiebre y el cansancio y la necesidad de dormir para que mi pobre cuerpo se recupere. Viejo amigo de tanto tiempo, lo necesitas.