Aún me quedaba viajar a Tegucigalpa para tener algunas exposiciones adicionales y ser entrevistado en el programa de mayor audiencia de la televisión hondureña. Entre ambos segmentos de mi periplo, pasé el lunes descansando en la finca del Proyecto Victoria.
El Proyecto Victoria es uno de los frutos de las Brigadas de amor cristiano, una creación de Mario Fumero. Conocí a Mario hace ya casi treinta años en un viaje a Miami. Más tarde volví a coincidir con él en España donde no sólo había establecido una iglesia evangélica sino que además había fundado una comunidad de rehabilitación para toxicómanos en la sierra de Córdoba. Resultaba casi sobrecogedor ver cómo partiendo de cero y con no pocos obstáculos procedentes incluso de quienes deberían haberlo apoyado, ambos proyectos salieron adelante. Con todo, lo que dejó tras de si a su paso por España es poco en relación con este Proyecto Victoria.
Las Brigadas de amor cristiano fueron fundadas en 1972 con el deseo de poder comunicar el amor de Cristo a una sociedad como la hondureña que padecía graves carencias en áreas como la marginación social, la delincuencia juvenil o las adicciones. Desde entonces a acá unas treinta mil personas han pasado por sus dependencias y un 41 por ciento se han rehabilitado de manera total y permanente. No sorprende que el Proyecto Victoria haya disfrutado de reconocimientos más que merecidos como cuando en 2014 la Cruz roja española lo proclamó como un modelo de trabajo con marginados o como cuando recibió el Premio Reina Sofía como la mejor comunidad terapéutica de Hispanoamérica. No hubo mucho eco en la prensa española, pero ¿cuándo los medios españoles han hablado de los evangélicos salvo para repetir prejuicios y tópicos?
Paseo por la finca y observo como los que viven en ella cultivan su comida, crían el pescado y las verduras que consumirán y mantienen todo con un orden y una limpieza admirables. Pero, a pesar de que todo impresiona, lo que más me llama la atención es la gente. Los hay de todas las edades y condiciones. En algunos casos, acaban de entrar; en otros, son reincidentes. En ocasiones, son gente mayor que raya en la edad de jubilación; en otros, se trata de personas casadas, pero, especialmente, me sobrecogen los que son tan jóvenes que no me atrevería a decir que han salido de la infancia. Saludo a un niño que lleva ya unos meses en la finca. Puede tener once o doce años. Me da la mano con un gesto casi tímido. Sé que esa misma mano infantil ha sostenido armas que han segado la vida de no pocas personas. Sí, esa criatura de mirada inquietante, profunda y oscura como el pozo de una mina, fue un sicario con un historial de muerte a sus espaldas que haría palidecer a cualquiera. Él, como tantos otros, ha podido comenzar una nueva vida gracias a la labor del Proyecto Victoria. Su caso no es excepcional. Miles y miles de personas pudieron salir de la máquina de picar carne que es no pocas veces la sociedad en virtud de esta asociación cuya única inspiración es el amor mostrado por Jesús y el deseo de seguirlo.
Me consta que no es fácil mantenerla en pie cada día. No puede sorprender en medio de un panorama caracterizado, entre otras plagas, por un encrespamiento del narcotráfico; por un poder creciente de las terribles maras, las redes de crimen juvenil; por la corrupción política y policial y por un mirar hacia otro lado de no pocas entidades religiosas que consideran más importante su engrandecimiento o su cercanía a los que mandan que su aproximación a “publicanos y pecadores”. Ésa es la situación real. Por eso, fue una auténtica bendición el tiempo que pasé en la finca, que pude hablar con algunas de las personas que viven en ella, que me choqué de nuevo con esa vitalidad incombustible que tiene, a pesar del paso de los años, Mario Fumero. Sé que muchos piensan que la mejor forma de mejorar algo este mundo es girar en torno a los políticos e incluso asumir esa tarea. Es una visión que entró en el siglo IV en el seno del cristianismo y que no ha salido todavía ni tiene visos de llegar a hacerlo. Sin embargo, cada vez estoy más convencido de que muy superior a esas conductas que buscan el calor del poder o por cercanía o por asunción es la contribución de aquellos que recogen niños por las calles, atienden a los que nadie quiere ayudar, sacan a mujeres de la prostitución, enseñan a leer y escribir a los analfabetos, visitan a los presos para arrancarlos de la delincuencia o colaboran con campesinos para que sus campos puedan alimentarlos a ellos y a sus familias haciéndolo todo sin que sea un negocio y por amor a Dios y a sus semejantes. No tengo, al respecto, duda alguna e incluso en ocasiones me pregunto si un día no será la voluntad de Dios que apague el micrófono y me dedique a contribuir a hacer el mundo más humano de una manera más directa y positiva, tan directa y positiva como la del Proyecto Victoria.
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