Quizá lo primero que llama la atención sea su extraordinaria red de transportes. Viniendo desde Shanghai a Nanjing, la que fue capital durante el período de los seis reinos, se confirma la impresión de que sus trenes de alta velocidad son los mejores del mundo y no sólo por la rapidez o la comodidad sino incluso por el lujo – sí, han leído bien, lujo – que carece de comparación en otras partes del globo. Decía Donald Trump en su campaña electoral que cuando regresaba a Estados Unidos desde China tenía la sensación de que su país se había quedado atrás en áreas como el ferrocarril, las carreteras o los aeropuertos. No exageraba. Yo he experimentado esa misma sensación en no pocas ocasiones. Las estaciones de tren chinas son gigantescas e incomparables. De hecho las grandes estaciones europeas y americanas parecen de juguete en comparación. Los aeropuertos chinos figuran entre los mejores del mundo y llegar, por ejemplo, al de Chicago procedente de Shanghai provoca la sensación de venir de una gran ciudad para a aterrizar en un pueblo. Europa y Estados Unidos aguantan mejor la comparación con las carreteras, pero, incluso en ese caso, hay que reconocer que en China, en lugares tan apartados como Tibet, resultan envidiables.
Las mismas ciudades sobrecogen por sus medios de transporte. Si el metro de Shanghai es el mejor que conozco en toda la superficie terrestre, el de Nanjing no le va muy a la zaga. Que esta ciudad de más de ocho millones de habitantes tenga además un tráfico más fluido que el de Madrid o buena parte de las ciudades de Europa o América ya es bien significativo. Sí, muchos chinos siguen utilizando la moto y la bicicleta, pero la mayor parte de la circulación se realiza en automóviles entre los que son numerosísimos los modelos alemanes y, en menor medida, los japoneses.
Desplazarse por Nanjing – en realidad, por toda China – deja de manifiesto que existe la posibilidad de contar con vías de comunicación modernas, enfrentarse con éxito a los potenciales embotellamientos de una gran ciudad, disponer de los medios de transporte más actuales y realizar todo en un tiempo verdaderamente récord. Añádase a ello que se ha logrado sin perder el control nacional de esas vías, sin entregarlas a empresas extranjeras, sin ir repartiendo coimas y sobornos, por lo menos, hasta donde se sabe. China lo ha logrado aunque a algunos les cueste creerlo y, al conseguirlo, deja de manifiesto lo rematadamente mal que se han acometido ciertas tareas en naciones como España donde el AVE se superpuso al TALGO para que se pudieran llenar los bolsillos políticos corruptos y donde buena parte de la red de carreteras está no en manos de la nación sino de empresas privadas a las que, cada dos por tres, se les sigue hartando las arcas a costa del dinero que Montoro exprime a los contribuyentes. Sería para aprender algo y algo útil, pero no me hago ilusión alguna al respecto.
CONTINUARÁ