Estados como California – que de ser independiente sería la quinta potencia económica mundial – muestran cuál es el buen camino. En España, nunca se valoró la importancia de la inmigración de cerebros. Pudimos tener genios que en los noventa huían de la desplomada Unión soviética, pero preferimos personal no cualificado que, por salarios miserables, recogiera la pera leridana o siguiera levantando bloques de pisos. El resultado fue expulsar a los españoles de sectores enteros del mercado laboral, crear inmensas bolsas de inmigrantes dependientes que muchas veces ya ni buscan trabajo y provocar un problema que nadie quiere solucionar por miedo a ser calificado de fascista o xenófobo. California, por supuesto, acoge a inmigrantes de baja cualificación que trabajan en sus campos o en sus andamios, pero, a la vez, ha sabido atraer a gente extraordinariamente cualificada. Silicon Valley, la Meca de la tecnología mundial, sería inconcebible sin la absorción de talentos orientales a los que, en los últimos años, se están sumando otros incluyendo también a españoles.
No es el único caso. Hollywood no podría continuar siendo la factoría de sueños que siempre fue sin absorber cantidades ingentes de extranjeros con imaginación. De manera bien significativa, el resultado no han sido ghettos donde pululan mujeres con velo – las he visto contadísimas en estos días, desde luego muchas menos que en España – sino espacios de prosperidad donde asiáticos, hispanos, negros o anglosajones se mueven con una naturalidad impensable en España.
Seguramente, no se trata de una sociedad perfecta porque esa sólo la conocerá el género humano cuando el mesías implante el Reino de Dios en el conjunto del globo, pero es inconcebible en estas tierras esas casbahs que surcan arriba y abajo Cataluña o esas barriadas rebosantes de gente foránea que recibe ayudas de la administración para vivir del dinero que tributan los españoles. A fin de cuentas, California ha sabido ver algo tan de sentido común como que la riqueza lima muchas más asperezas sociales que cualquier discurso demagógico de “welcome refugees”. Cuando el inmigrante corresponde a todos los niveles y salta a la vista que no sólo realiza determinados trabajos, cuando no vive de las ayudas sociales sino de su esfuerzo, cuando todos se benefician, la inmigración es una bendición. En caso contrario, constituye un desastre, desastre añadido si además forma parte de una agenda para acabar con las culturas nacionales.
CONTINUARÁ