El domingo por la mañana, estuve enseñando sobre El legado de la Reforma y no puedo ocultar que la experiencia resultó enormemente grata. Lo sucedido en los días anteriores se multiplicó. De nuevo, disfruté de la atención de la gente, de la firma ulterior, de la comida para charlar de los temas más interesantes, de la hospitalidad extraordinaria de Teresa y José… Todo ello y mucho más fueron ingredientes de una jornada más que grata. En el curso del almuerzo me insistieron en que el día siguiente sería el más importante de la visita porque en él he de dar una conferencia dirigida a profesionales y políticos que tendrá lugar en el curso de una cena en uno de los hoteles de la ciudad. Yo, por supuesto, voy a intentar hacerlo de la mejor manera posible, pero me consta que si aquí todo va bien se debe a la labor extraordinaria de la gente de Panamá que ha organizado el viaje.
La mañana del día siguiente, Gustavino me lleva al canal y no puedo sino quedarme admirado por este prodigio de la técnica que permite desde hace más de un siglo que el mar Caribe y el Pacífico estén comunicados. Sin duda, se trata de un trabajo gigantesco unido a no pocos problemas como el abandono del francés Lesseps que trazó el canal de Suez, la independencia de Panamá de Colombia alentada por Estados Unidos, la construcción del canal en territorio de la ya Panamá por Estados Unidos y, finalmente, un largo tira y afloja que acabó devolviendo las instalaciones a la soberanía de Panamá gracias al tratado Carter-Torrijos. Si algún día el canal se verá sustituido por otro surcado en territorio nicaragüense por los ingenieros chinos es algo que sólo Dios sabe, pero, de momento, el canal resulta impresionante.
Y por la noche, efectivamente, tras sortear el terrible tráfico de la ciudad – lo único que lleva a cuestionar su indudable modernidad – llegué al hotel y di la conferencia. Calificar de éxito lo que prepararon con tanto esmero y cuidado Teresa y José es poco. El salón estaba abarrotado y durante más de una hora escuchó conteniendo el aliento mi exposición sobre La Reforma y la libertad. Y es que, ciertamente, la Reforma implicó un enorme aliento de libertad frente a la inquisitorial Contrarreforma. Fue primero la libertad de conciencia que las naciones católicas sólo se atrevieron a abordar tras el concilio Vaticano II, esa libertad para leer la Biblia en la propia lengua, pero también para no soportar el yugo de tiranos espirituales, de paganismo y de supersticiones humanas. A esa gloriosa libertad de los hijos de Dios se sumaron otras como la libertad de la ignorancia a través de la educación obligatoria y pública y de la revolución científica; la libertad de la pobreza mediante una ética del trabajo y de las finanzas que jamás han conocido las naciones católicas; la libertad del despotismo mediante la separación de poderes o la limitación del poder político mientras que en las naciones católicas se vuelve a recaer una y otra vez en la búsqueda de soluciones despóticas y la libertad de pecados veniales tan horribles como la mentira y el hurto, base de la corrupción omnipresente en naciones de raíz católica. La exposición abundó en ejemplos y concluyó con una clamorosa ovación de gente que, en su aplastante mayoría, era incluso católica y judía. Esa noche, pretendíamos arrojar luz sobre las tinieblas de siglos que padecen las naciones de nuestro ámbito cultural y creo que, gracias a Dios, lo conseguimos.
´Tras una magnífica firma de mis libros, me despedí de Teresa y José y salí para el hotel acompañado de Viviane Velie, mi magnífica editora, que quiso acompañarme en este periplo panameño. Al día siguiente, al mediodía, al abandonar Panamá ya tenía varias invitaciones para volver. Dios mediante, lo haré porque los panameños me habían mostrado en pocos días lo bien que se pueden hacer las cosas cuando se quiere hacerlas bien y, por añadidura, habían dejado de manifiesto lo que era la hospitalidad, el respeto y la consideración. Una verdadera lección.
CONTNUARÁ