Sin embargo, Shanghai es, a día de hoy, el símbolo más acertado de la nueva China, la que camina con paso firme hacia la meta de convertirse en la primera potencia mundial. Dotada de una hermosura especial que deriva de la combinación de una modernidad superior a la de Nueva York con la conservación del exquisito clasicismo chino, posiblemente pocos lugares resultarán tan paradigmáticos en ella como los jardines de Yu. Pertenecientes a un antiguo funcionario de la dinastía Ming, su interior es un ejemplo de lo que resulta casi imposible encontrar en la Historia de España y en la de buena parte del globo: la armonía.
A lo largo de los siglos, los españoles han podido ser bravos y altivos, apasionados y brutales, descreídos y creyentes con el mismo fanatismo, pero cuesta trabajo creer que hayan logrado jamás la armonía. También es verdad que, seguramente, tampoco la han buscado. España es tierra de tormento y éxtasis por utilizar una conocida expresión, pero no de conciliación, sosiego o armonía. Basta con ver en lo que ha quedado el consenso de la transición o cómo anda Cataluña para percatarse de ello.
Los jardines de Yu son un fiel testimonio de la persecución de esa armonía a lo largo de la Historia china a pesar de que los invasores – mongoles, europeos, japoneses – no hayan dejado de aparecer con la intención de depredar todo lo que se les ofrezca a la vista.
Shanghai es, en buena medida, un producto de ese espíritu de conciliación armoniosa. Los grandes edificios de multinacionales prodigiosas se entrelazan amorosamente con pequeños comercios de té, seda y porcelana. Los elegantes restos del barrio francés están pespunteados de monumentos nacionales e incluso nacionalistas como el hogar de Sun yat-sen. Los colores rojos de la revolución comunista se yerguen más orgullosos que en ninguna parte del mundo sobre las torres de los bancos. Sin embargo, nada lesiona a lo opuesto; nada aparece menoscabado; nada es borrado del mapa por lo contrario. Todo se conjunta, se suma, se superpone, se abraza para dar un resultado que aquieta el malestar, que serena el corazón, que suaviza incluso el calor opresivo de este verano chino. Si bien se reflexiona, da la sensación de que no hay opuesto alguno que China no pueda ahora fundir en beneficio propio. Shanghai, histórica y tradicional, vanguardista y mercantil, es buena prueba de ello.
CONTINUARÁ