El primer relato resulta tan sobrecogedor que me resisto a entrar en detalles. Fue Patricia Samudio, amiga de una persona muy cercana a mi, la que me refirió cómo, en alguna prisión, centenares de mujeres tienen que compartir tres retretes – los otros están descompuestos – y es común que realicen sus necesidades en bolsas de plástico que se lanzan después a los tejados o cómo ese mismo número de mujeres cuenta sólo menos de media docena de duchas lo que significa que hay días y días en que no pueden asearse. Sobre las condiciones de alojamiento o de alimentación mejor no hablar. Como otras personas, Patricia ha entrado en ocasiones en la prisión para aliviar algo la situación penosa de los reclusos. A veces, esa ayuda se centraba en repartirles sándwiches de atún - ¿cuándo les iban a dar pescado en aquellas zahurdas? – o en cortar el pelo de centenares de presos, presos que, no pocas veces, están en una situación de prisión preventiva que puede alargarse años. Que entre ellos hay inocentes no admite discusión. Mientras escuchaba aquella relación – insisto en que no quiero entrar en detalles que horrorizan – no dejaba de venirme a la cabeza el pasaje en que Jesús recuerda que estuvo en prisión y no lo fueron a visitar (Mateo 25: 42-43).
En este mismo viaje, comenzó también a fraguar la idea para una fundación no-lucrativa que se ocupe de ayudar a personas en situación de dificultad económica. En su día, contaré más al respecto, pero la intención de esta entidad sería enseñar a mujeres que tienen que sacar adelante a una familia ellas solas una manera de ganarse la vida. Si todo va bien, podré contarles acerca del nombre de esta fundación, del inicio de su trabajo – que, inicialmente, sería en Colombia – y de la persona encargada de ir dando los primeros pasos. Si Dios lo permite, antes de fin de año, estará funcionando ayudando de manera directa a mujeres sobre las que recae a solas la carga de la familia a salir adelante.
El Evangelio no es sólo palabras – aunque las tenga y sean muy importantes - sino hechos prácticos, hechos prácticos que no consisten en convertir a sectores enteros de la población en dependientes de una entidad sino en situarlos sobre sus pies para que caminen. Ése es otro de los principios bíblicos que la Reforma se ocupó de poner en práctica desde sus primeros años.