Con todo, el Irán de los ayatollahs se presenta como una verdadera democracia con elecciones regulares; los nacionalistas catalanes insisten en que su golpe de estado es un ejercicio democrático y adefesios políticos como el chavismo se ufanan de ser la verdadera democracia. La única excepción a ese tributo que hasta los regímenes totalitarios rinden hoy en día a la democracia como sistema es China.
Como si sus libros de cabecera fueran las obras de Jenofonte y Platón, ferozmente críticas de la democracia ateniense, los chinos afirman con orgullo que la democracia es un régimen sin pies ni cabeza. Según su versión, lejos de permitir que los más aptos, los más cualificados, los mejores sean los que rijan los destinos de la nación, la realidad es que, al fin y a la postre, cualquier cretino puede llegar a ser presidente del gobierno. Por añadidura, insisten en que la demagogia resulta imposible de separar de la democracia lo que tiene como consecuencia directa que se adopten medidas que perjudican enormemente al conjunto de los ciudadanos y que erosionan fatalmente el sistema. Finalmente, esa democracia, en lugar de buscar el bien común, se pierde en el enfrentamiento estéril si es que no criminal de los partidos.
Hasta ahora todo ese tipo de críticas podrían ser rechazado mediante un gesto desdeñoso indicando que, además de sus virtudes innegables, las democracias llevaban a vivir mejor. Semejante aserto ya no se sostiene. El nivel de prosperidad potencial de los chinos no es inferior al de Occidente y, en general, no tiene nada que envidiar al de Hispanoamérica por no hablar de África y el resto de Asia. Por añadidura, su futuro es mayor, sus impuestos son más bajos y sus limitaciones a la libertad de expresión – suponiendo que les quite el sueño que no parece ser el caso – cada vez son menores si se examinan en comparación algunas normas impulsadas por Podemos o por los partidarios de la ideología de género. Es cierto que durante mi estancia en China por dos veces los hackers – imagino que no serían rusos - intentaron entrar en mi ordenador y que me resultó imposible entrar en Facebook. No es menos cierto que los partidos políticos resultan impensables en China. Pero – insisto en ello – no parece que, en general, esas circunstancias les preocupen lo más mínimo a los chinos.
Que China concluirá el siglo XXI siendo la primera potencia mundial no creo que tenga mucha discusión, especialmente, si Estados Unidos sigue cometiendo errores como los que lleva perpetrados al menos desde inicios de este siglo. Con enorme inquietud, me pregunto si quizá tampoco quede mucho terreno para evitar el fin de la democracia como modelo indiscutido si se tiene en cuenta el peso cada vez mayor de las minorías en su funcionamiento, el papel de los poderes fácticos en las decisiones políticas o la vulnerabilidad de Occidente, en general, y de Europa, en particular. En cualquier caso, no me cabe duda de que, al menos, tendrá que competir directamente con un despotismo de élites como el chino entregado que, con bastante éxito, se está encargando de traer la prosperidad material, la estabilidad familiar, la paz social y los impuestos bajos. Ciertamente, es para reflexionar.
CONTINUARÁ