Confieso que tengo debilidad por estos nombres mexicanos. Son rotundos, sonoros, novelescos y con muestras de las huellas hispanas e indígenas. Es un joven amable, culto, lector. Le entusiasma la mecánica y tendrá ocasión de contarme cómo funcionan, por ejemplo, los diseños y fabricación de rodamientos.
La zona a la que llego salta a la vista que es próspera. Su tasa de desempleo es del 4 por ciento aunque me aseguran que, en realidad, es posible que ande por el 1.5. Más de la mitad de las personas se dedican a las industrias manufactureras. Mark ha llamado por teléfono a Elimelec para que me aproveche de ese sector de la economía nacional, en concreto, del sector calzado. De camino a mi alojamiento, Elimelec se detiene en una zapatería. Los zapatos son buenos, extraordinariamente cómodos y muy baratos. Acabo rindiéndome a la evidencia y me compro dos pares. El precio conjunto es inferior al de un solo par en Estados Unidos donde, por cierto, son más económicos que en España. Allí, en el mismo local, se queda mi viejo par de zapatos y, en especial, el que se rompió en Chapala. Los contemplo por un instante en el suelo y me parecen dos animales sin vida. La adquisición es sólo la primera alegría que me brinda este punto del itinerario. La segunda es Elimelec y su familia, gente amable, hospitalaria y dispuesta a la sabrosa conversación. La tercera es la visita a Guanajuato. Podría pasarme horas hablando de esa mañana en Guanajuato, un lugar mágico, maravilloso, mexicano, a fin de cuentas.
A decir verdad, no sé ni por donde comenzar. Sus túneles aterradores – resto de la explotación minera – son un camino que no conduce al infierno sino a un lugar lleno de sorpresas. Los monumentos quijotescos en una población mexicana que venera a Cervantes; las iglesias a la española pintadas a la mexicana; la casa-museo de Diego Rivera en la que uno se siente embriagado de arte y de evocaciones pasadas; las calles empinadas y fascinantes; el teatro que inauguró en su día don Porfirio Díaz con el estreno de Aída – sí, no se sorprendan, es un teatro que supera a la inmensa mayoría de los que he visitado a lo largo de mi existencia – y la alhóndiga, ese lugar de nombre árabe-español donde los mexicanos se declararon independientes por primera vez en esta tierra poblada por los correosos chichimecas. Sabido es que fracasaron y el cura Hidalgo fue ejecutado por el poder colonial. A decir verdad, todavía se conserva en el muro el gancho del que colgaron los españoles el cráneo del cura masón y rebelde. Resulta una visita extraordinaria el interior del edificio que antaño almacenó cereales. Los frescos recuerdan la Inquisición española – sí, aquí no se empeñan en justificar lo injustificable – y también la lucha contra el fanatismo católico y la institución de la esclavitud. Pero más impresionante resultan las salas del museo dedicadas a una Historia mexicana que comenzó antes de la Conquista y que llega hasta la Revolución. Con ilusión, me hago una foto al lado de la campana de la libertad, menos conocida que la norteamericana, pero no menos significativa.
Elimelec me cuenta que sus padres pasaron la luna de miel en Guanajuato. Lo entiendo. Incluso me digo que en el más que improbable caso de que volviera a contraer matrimonio uno de los destinos que me plantearía para pasar la luna de miel sería también Guanajuato. Pasear de la mano con la mujer amada por estas calles, subir sus cuestas, entrar en sus museos… ah, demasiado delicioso quizá para ser verdad.
Les hablaba de tres alegrías. Déjenme hablarles de la cuarta. Fueron las conferencias que di en la ciudad de Irapuato y las comidas que compartí con algunos de los pastores de la zona. Me sigue causando una enorme ilusión el encontrar a personas que se preocupan por sus semejantes; que desean afectar positivamente la sociedad en la que viven; que sienten compasión, en el verdadero sentido cristiano del término, hacia los que sufren y padecen… eso fue lo que encontré en ellos. Por supuesto, las exposiciones sobre la Reforma y la ideología de género tuvieron una acogida extraordinaria y sí, firmé quizá más libros que en ningún otro lugar de México. Sin embargo, lo más importante fue encontrarme con esa gente y hablar del futuro. Si Dios lo permite, en enero de 1918, estaré de regreso en Irapuato. Quizá vuelva a visitar Guanajuato… De momento, tomo el avión en dirección a Aguascalientes.
CONTINUARÁ