Cierto, en Guatemala estuve antes y de esa trayectoria daré detalles cumplidos a los lectores de este blog, pero antes me veo en la obligación moral de relatar lo que pasó en Paraguay. Guatemala – donde todo fue a las mil maravillas - puede esperar.
Los preparativos para el viaje comenzaron hace ya bastantes meses. Recibí la llamada de un personaje al que llamaré R que mencionó el nombre de personas conocidas y me manifestó su deseo de que viajara al Paraguay para dar unas conferencias relacionadas con el Quinto centenario de la Reforma y alguna cuestión de interés que pudiera surgir. No lo conocía personalmente, pero la mención de conocidos comunes y el hecho de que insistiera en que viajara dos semanas – un espacio de tiempo muy largo porque, habitualmente, no suelo superar la semana fuera de casa - me llevaron a pensar que podría ser relevante. Para convencerme, R no sólo me habló de las múltiples oportunidades sino también de que conocía un centro naturista donde podrían atenderme añadiendo que los que me invitarían correrían con los gastos de los días que estuviera en el lugar como una muestra de cortesía. A todo aquel cúmulo de circunstancias se sumó el criterio de mi editora que manifestó el enorme interés que tendría presentar mi libro El legado de la Reforma en Paraguay. Fue así como, de manera absolutamente excepcional, reservé dos semanas de mi agenda de septiembre, a un paso de comenzar las emisiones de la nueva temporada de La Voz, al Paraguay.
Y así fueron pasando los meses. Yo iba por otros países, cerraba los detalles de viajes diferentes y Paraguay mientras tanto se hallaba sumido en el silencio ocupando dos semanas de mi tiempo, pero sin dar señales de vida. No era muy serio por parte de R y pensé en suprimir lo agendado, pero me parecía incorrecto no darle una nueva oportunidad. Así, unas semanas antes de mi supuesta marcha, me puse en contacto con R. Me contestó con entusiasmo, pero, esta vez, ya me aclaró que no tenía noticias de cómo iba todo – si no las tenía él, ¿quién las iba a tener? – y de que además lo de la clínica naturista tenía que arreglarlo yo. Mis anfitriones, al parecer, habían decidido ya tener menos muestras de gentileza de las iniciales. Seguramente, en ese momento, debería haber dicho a R que no era precisamente un ejemplo de tener palabra ni formalidad, pero me frené. Me dije que, a fin de cuentas, yo me dedico a servir al prójimo y no a hacer turismo; que la clínica me la podría pagar yo y que un error lo tiene cualquiera. Si al menos pudiera hacerme llegar el programa de actividades que deseaban que cubriera…
Lo que vino a continuación fue un estrellarse a diario contra un muro de pasmosa, clamorosa y rampante incompetencia. En algún momento, pensé que en lugar de tratar con paraguayos me enfrentaba con una caterva de sicarios de Montoro a los que tenía que reclamar una devolución monetaria. Nadie sabía los temas, nadie sabía los días, nadie sabía los lugares… nadie sabía nada y el que menos sabía era R que era el padre de la criatura. Unos y otros se lanzaban la pelota y, como si anduviera por los pasillos de un ministerio en España, nada se concluía de forma racional.
La semana anterior a mi marcha al Paraguay le comuniqué a mi editora que iba a anular el viaje. Me traía sin cuidado la clínica naturista – que además ahora pagaría yo – me traía sin cuidado la promoción de mi libro y me traía sin cuidado otro tipo de cuestiones. Aquella gente podía ser bienintencionada, pero como organizadores recordaban Aguascalientes, es decir, que dejaban mucho que desear. Alarmada, mi editora realizó varias llamadas a Paraguay mientras mi asistente imploraba, suplicaba y, al final, exigía que le mandaran una agenda de mis actividades porque improvisar no es lo mío ni me parece serio.
En medio de una sucesión de acontecimientos que recordaba El procesode Kafka, llegaron los billetes de avión. Paraguay carece de conexión directa con Estados Unidos – al parecer, las compañías norteamericanas se han hartado hace tiempo de que no las paguen – y para llegar a Asunción debía viajar al Brasil previamente. No terminaba ahí todo. En el aeropuerto de Sao Paulo tendría que esperar seis horas a mi enlace. Una vez más, me sentí tentado de anular aquel periplo. En el último momento, realizaron un cambio y mi paso por Sao Paulo se vio reducido a una hora, riesgo no pequeño si perdía el enlace y garantía segura de correr como un poseso por los pasillos del aeropuerto para llevarlo a cabo. Al menos, hasta Brasil podría viajar en American Airlines.
Pero la agenda seguía sin llegar. A 72 horas de mi partida, mi asistente comunicó a los organizadores – por llamarlos de alguna manera – que si ese mismo día no disponía de mi itinerario con los temas, un servidor anularía el viaje. En doce horas me llegó una agenda… totalmente ficticia. Que iba a tener cuatro, cinco, seis actividades diarias quedaba más que claro. Se trataría de un verdadero maratón suficiente para quebrar la salud de cualquiera, pero saltaba a la vista que se trataba de una agenda ficticia. Los títulos de no pocas de las conferencias parecían haber sido improvisados para dar la sensación de que estaba todo cerrado y de que el viaje no debía ser anulado. A vuelta de correo, sugerí el cambio de varios títulos de conferencias por otros que, dado el auditorio, me parecían más adecuados. Los aceptaron sin replicar ergo… me creció la sospecha de que sólo habían intentado acallarme. De nuevo, pensé en la sensata posibilidad de anular aquel viaje. Me contuve al final pensando que varias de las ponencias eran sobre la manera en que la Reforma había transformado la sociedad y sobre la ideología de género que lleva haciendo de las suyas en Paraguay desde hace un tiempo y que ha pillado totalmente desprevenida a la sociedad. Me pregunté una vez más si, cambiando la letra del cuplé, no debería evitar ir al Paraguay para no naufragar, pero opté por viajar impulsado por el deseo de ayudar al prójimo por muy lejano que estuviera. Hemos venido a servir a los demás y no a servirnos de ellos. Nunca hubiera podido imaginar lo que me esperaba.
CONTINUARÁ