Todo ello cuando el gobierno ya sabía de sobra que esas concentraciones no debían tolerarse porque eran el caldo de cultivo ideal para que la epidemia se disparara. De hecho, dos días antes, las autoridades notificaron a las Asambleas de Dios que su reunión internacional no podría celebrarse en Madrid y así se lo hicieron constar por escrito al responsable del acto. A pesar de todos los informes recibidos desde hacía semanas, de que sabían todo y de que era obvio que permitir esas manifestaciones concluiría con un número pavoroso de contagios y muertes, las manifestaciones siguieron adelante. Las apoyaron el gobierno, las ONGs, los medios y un largo etcétera que habían decidido que el fanatismo siempre es más importante – y más seguro – que la sensatez y, especialmente, el cuidado del bien común. Como es de esperar, lo que ya está quedando de manifiesto exige responsables. Aquí deberían caer las cabezas de varios ministros con el de sanidad a la cabeza, de delegados del gobierno, de responsables de esas ONGs ahítas de subvenciones y de periodistas babeando al repetir consignas. Cuesta creer que, por una vez en la Historia de España, vaya a suceder. A decir verdad, todo lleva a pensar que habrá un chivo expiatorio que cargue con todo. Creo que hay sobradas razones para pensar que será Simón, ya saben ese sujeto que se parece a Garfunkel. Lo ha hecho rematadamente mal – como todos – tiene responsabilidades innegables en el desastre y además ya andaba por esas alturas gracias a Rajoy lo que indica que no hay lealtades partidarias que guardarle. ¿Resultado? Al final, algún culpable habrá, pero no será ni izquierdista ni feminista. Al tiempo.