Confieso que me siento abrumado porque nunca busqué ser académico y nunca pensé que lo sería. Cuando incluso algún antiguo profesor me insistió en que merecía estar en la Academia y me preguntaba si no tenía algún amigo que me propusiera, yo le contestaba que no tenía esa clase de amigos y que además también me faltaba el interés. Además yo ni escribía para un grupo mediático fácilmente reconocible, ni había sido preceptor del rey, ni me habían iniciado en la masonería ni era el director de un diario o sea que aunque lo hubiera deseado era harto difícil que me sucediera semejante eventualidad en España.
Pero la vida da sus vueltas. Un día un grupo de personas que te conoce sólo por tus obras y que no te juzga por otro criterio decide proponerte para ser miembro de la Academia norteamericana de la lengua. Lo hace y la propuesta es aprobada por unanimidad. Y el día menos esperado te llega el diploma y te enteras de que tendrás que ir a Washington a dar una conferencia de ingreso que – ya lo adelanto – va a ser sobre el español como lengua de exiliados. Y aún en el exilio, te sientes feliz, profundamente feliz.
Y es que, se mire como se mire, no puedo sino estar agradecido a esta gran nación que son los Estados Unidos de América. Me acogió de manera más que generosa va ya para tres años. No me ha pedido nada más que lo razonable, es decir, que respete la ley y que pague impuestos. No es menos cierto que no me exige ni lejanamente los impuestos asfixiantes y confiscatorios como los que hay en España fundamentalmente para mantener a castas privilegiadas políticas, sindicales, empresariales y religiosas. Me permite expresarme con total libertad y pensar y decir lo que quiero sin temer las represalias de cualquiera que pase por ahí. Además me ha ido otorgando reconocimientos que nunca ambicioné en mi país de origen, pero que tampoco sería lógico que esperara. Por eso, para mi este nombramiento ha sido un motivo de alegría y de gratitud, porque procede de una sociedad en la que el mérito tiene más valor que la sangre, en la que cualquier idea puede ser expresada sin temor a recibir el sambenito que puede acabar expulsándote de la vida pública, en la que no hay que pertenecer a una logia o a una iglesia determinada para medrar y en la que nadie te va a expulsar de los medios o del mundo editorial porque molesta a unos sectarios ubicados en Dios sabe qué esquina de la geografía nacional o de la política anti-nacional. No pude escoger mejor lugar para exiliarme.
Aquí seguiré, en esta tierra maravillosa, siendo embajador de esa lengua extraordinaria que es el español, lengua que no puede enseñarse en regiones enteras de España, y de esa cultura que tiene tantas cosas admirables y tantas otras que corregir para evitar que todo siga dando vueltas en la noria de la desdicha histórica. Porque si Estados Unidos y España son tan diferentes se debe, de manera fundamental, al hecho de que la primera se basó sobre la cosmovisión de la Reforma traída a estas tierras por los puritanos del Mayflower mientras que la segunda sigue repitiendo, aunque sea inconscientemente, la cosmovisión intolerante y destructiva de la Contrarreforma. Buena lección para reflexionar en ella.
Sé que ustedes disfrutarán de este nombramiento conmigo. A todos quiero unirlos en un cálido abrazo. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!