Uno de esos ejemplos de periodismo bien realizado, documentado, imparcial y casi me atrevería a decir culto es el que ofrece de lunes a jueves en Francia Yves Calvi con su programa C´est dans l´air. El pasado 28 de septiembre, Calvi moderó un debate extraordinario titulado Riesgo catalán y contagio independentista. Lejos de ser contertulios de misa y olla que lo mismo te hablan de fútbol que te descubren los secretos arcanos de la ciencia, los contertulios sabían de lo que hablaban y sus afirmaciones resultaron demoledoras. En frases contundentes y sólidas, dejaron de manifiesto, por ejemplo, que Mas es un político desastroso que no ha dejado de perder escaños cada vez que ha convocado elecciones hasta el punto de que se le podría llamar “Mas menos 12” porque son los asientos que pierde en cada elección autonómica. Sin embargo, lo más impresionante fue la manera en que conocían la Historia de España y la enfrentaron con las falsedades del nacionalismo catalán repetidas hasta la náusea. Por ejemplo, la Guerra de Sucesión jamás fue una invasión de Cataluña sino una guerra civil que enfrentó a unos catalanes con otros de la misma manera que sucedió en el resto de España. Resultó incluso sobrecogedor ver cómo conocían a los nacionalistas catalanes. No se trataba sólo de que afirmaran que los Pujol eran un ejemplo de corrupción política difícil de superar o de que la mamma Pujol era una racista apenas oculta como lo es, en general, un nacionalismo catalán que, de manera totalmente injustificada, se cree superior. Es que además el nacionalismo catalán no ha dejado de mentir hablando de un absurdo derecho a decidir cuando, en realidad, lo que tenía que haber dicho a los votantes era que una Cataluña fuera de España inmediatamente se vería arrojada de la Unión Europea. Eso por no hablar de que Cataluña recibe más del resto de España que viceversa y de que su destino sería aciago tras la independencia. En un momento determinado, uno de los contertulios acabó resumiendo la Cataluña nacionalista diciendo que “es un burdel”. La expresión me resultó dolorosa, pero no exenta de veracidad. Durante décadas, los nacionalistas han tenido una embajada en la zona más cara de París pagada por todos nosotros. Pero los franceses ni son estúpidos ni se amedrentan. No hay más que ver lo que piensan de la Cataluña nacionalista.