Navidad fue cuando la abuela Remedios desapareció y mi hermano y yo anduvimos buscándola durante horas hasta encontrarla en un estado de postración del que no se recuperaría. Navidad fue cuando sufrimos la resaca del asesinato de Carrero Blanco – asesinado el último día de clase del año - sin saber adónde se dirigía un régimen agonizante. Navidad fue aquella fecha en que nos percatamos de que el tío Pepe, presencia obligada en la cena de Nochebuena, se había ido para siempre. Navidad fue aquella noche fría y gris que, por primera vez, pasé sin mi hija por la sencilla razón de que me la quitaron como me la habían quitado el verano anterior. Pero Navidad fueron también aquellas fechas entrañables en que mamá cocinaba un pavo insuperable y yo podía salir de casa sin las draconianas restricciones habituales aunque sólo fuera para pelarme de frío y contaba con más tiempo para leer aquellos relatos que me transportaban de un suburbio de Madrid a los mares del sur, el lejano oeste o las calles de Moscú. O Navidad fue aquel año en que me regalaron una inesperada cesta en una radio y toda la precariedad en que vivía se disolvió en la alegría de la dádiva inesperada. O Navidad fue cuando leí Los viajes de Marco Polo o vi, por primera vez, ¡Qué bello es vivir! Todos esos recuerdos gratos, sufrientes o agridulces los atesoro en mi corazón como algo muy especial. No son los únicos. Quizá tampoco los mejores, pero si se encuentran entre los más hermosos. La razón es que todos y cada uno de ellos ha quedado asociado en el interior de mi corazón con el nacimiento de Jesús. Hace más de cuarenta años, mi vida dio un vuelco cuando, leyendo el Nuevo Testamento en griego, decidí entregarle mi futura existencia a aquel ser que nació en Belén de acuerdo con el anuncio del profeta Miqueas. Mi vida no ha sido casi nunca fácil a lo largo de estas más de cuatro décadas, pero sí puedo decir que en los momentos más duros, más difíciles, más solitarios, más dolorosos siempre he sentido la luz, la paz y el amor que sólo emanan de Jesús y que carecen de paralelo en este mundo en el que vivimos. Por eso, la Navidad es para mi siempre una fecha grata, porque es cierto que, como dice el villancico tradicional, “nosotros nos iremos y no volveremos más”, pero el nacido en un pesebre nos garantiza que, si creímos en él, con él nos reuniremos por toda la eternidad.