Le ruego en primer lugar, que disculpe mi atrevimiento al escribirle por asuntos relacionados con la marcha de la diócesis que usted gobierna. Tengo por principio, no inmiscuirme jamás en el funcionamiento interno de ninguna confesión religiosa y no pronunciarme tampoco sobre la conducta de sus miembros. Por definición, presupongo que cada uno deberá responder ante Dios de sus actos y que, por eso mismo, procurará ejercer la máxima diligencia en sus tareas religiosas. Ese principio, al que procuro ser escrupulosamente fiel, sólo retrocede cuando entiendo que de alguna acción derivan o pueden derivar males sobre personas que no pertenecen a esa confesión.
Llegó a mi conocimiento hace apenas unos días, la entrevista realizada por una televisión a uno de los sacerdotes de su diócesis. A fin de no determinar su juicio – que deseo lo más limpio e imparcial – le adjunto el enlace en internet para que acceda a la misma. Si tiene usted la bondad de contemplarla con atención, comprobará que ese párroco que forma parte de su diócesis realiza afirmaciones que sobrecogen a cualquier persona que conserve un mínimo de decencia. Podrá usted ver que, entre otros aspectos, culpa a los judíos de los males de la Alemania anterior a Hitler, que les atribuye la responsabilidad de las desgracias experimentadas por la República de Weimar, que intenta justificar con esas horrendas calumnias el triunfo del nazismo, que se permite negar el Holocausto y, peor aún si cabe, que los sigue viendo detrás de las desdichas que sufre el mundo en la actualidad. El hecho de que utilice términos como “bacilo” para referirse a todo un colectivo resulta verdaderamente indigno no de un clérigo sino de cualquier ser humano con buenos sentimientos.
No voy a cometer la osadía de recordarle – usted lo sabe bien – que Jesús fue un judío, circuncidado al octavo día de acuerdo con la Torah entregada a Moisés por Dios; que su padre y su madre presentaron los sacrificios de purificación de acuerdo con esa misma Torah; que celebró las fiestas judías y acudió al Templo de Jerusalén a orar; que nombró como apóstoles a doce judíos; que tuvo como parientes sólo a judíos y que durante años después de su muerte, todos sus discípulos fueron judíos. Todos y cada uno de esos hechos los conoce usted y no voy a incidir en ellos. Sí me permito, respetuosamente, señalarle que no puede aceptarse que alguien que depende de usted jerárquicamente pronuncie afirmaciones que incriminan injustamente a todo un pueblo, que tuercen malignamente la realidad histórica y que incluso niegan el drama espantoso que fue el Holocausto.
No me atreveré yo a señalar la vía que debe usted seguir frente a este episodio bochornoso, pero creo no incurrir en error ni falta de respeto al subrayar que, en sus manos, como superior jerárquico, está que semejante tipo de hechos vergonzosos, que tanto recuerdan a un pasado terrible que muchos deseamos ver superado, no vuelvan a repetirse entre el clero de su diócesis.
Más que al ejercicio de su autoridad jerárquica a su dignidad como ser humano, apelo para que así sea.
Queda suyo affmo,
César Vidal