Me enteré de la existencia de Roberto Centeno por un artículo suyo aparecido en el diario El Mundo. Me parecía tan claro, tan directo y tan exacto que pedí a Cristina, mi productora de La linterna, que lo citara para una entrevista. Tanto entonces como ahora yo entrevistaba a la gente que me parecía inteligente no a los amiguetes. La noche de aquella entrevista Centeno estuvo superior. No eludió ninguna pregunta – no puedo decir lo mismo de otros catedráticos de economía que he entrevistado – y respondió como debe hacerse, es decir, sabiendo de lo que se habla y explicándolo para que lo entiende el menos cultivado. No sé si volví a entrevistarlo en las siguientes semanas, pero sí recuerdo que me impresionó tanto que acabé rogándole que considerara la posibilidad de incorporarse a la tertulia de economía. Tuvo la gentileza de hacerlo y pronto se convirtió en una estrella. Donde otros callaban o racaneaban el comentario él saltaba el parapeto; donde los más preferían escurrir el bulto, a él parecía que le habían dado un mataquintos para combatir con más bravura. Muy pronto, los oyentes comenzaron a denominarlo, mezcla de cariño y admiración, “Centenator” y yo decidí darle una sección especial que titulé “El disparate económico de la semana”. Como sintonía escogí, el Eye of the Tiger (La mirada del tigre) de Rocky III porque él, a diferencia de otros catedráticos y economistas, nunca la había perdido. Aquella sección fue, verdaderamente, memorable. Centeno no se cortaba un pelo y acabó llamándome de vez en cuando para comentarme lo que iba a decir no sea que hubiera materia diga de querella. No la había, pero es verdad que Centeno le echaba un valor que para muchos que se la cogen con papel de fumar era excesivo. Y entonces decidí marcharme de COPE y embarcarme en una aventura llamada Es.Radio.
Tiempo después, Centeno ha insistido en que fue un gran error mi marcha de la COPE. Yo no lo creo así aunque me parece deplorable que quien fue expulsado de allí ese mismo verano ya intentara regresar – infructuosamente – a la cadena de los obispos. Yo no lo sabía y de haberlo sabido en lugar de quedarme en Es.Radio quizá ya me hubiera exiliado entonces, pero, en cualquier caso, me quedé creyendo en un proyecto que otros sólo concebían como lugar de paso hasta que llegaran tiempos mejores. En cualquier caso, lo cierto es que Centeno decidió venirse conmigo. Ahí de nuevo demostró un enorme valor. De mis contertulios de economía, hubo quien me dijo que prefería quedarse en COPE y yo respeté su postura porque cada uno debe actuar de acuerdo con lo que siente. Hubo quien me dijo que se venía y luego se quedó lo que está menos bien, pero tampoco le di mayor importancia. Finalmente, hubo quien se vino y no pasó de ser un agente – no muy bueno – de la Conferencia episcopal en Es. Radio. Aunque lo supe siempre, no es menos cierto que en todo momento lo traté con toda consideración como lo exigía su trayectoria profesional.
Centeno fue distinto. Se vino porque quiso, derrochando valor y lealtad, y decidido a seguir siendo independiente. Casi desde el primer momento, llovieron sobre mi las presiones para que lo sacara de mi programa. Cuando no me llegaba un sms exigiendo que lo silenciara, me aparecía otro diciendo que no podía decir lo que estaba diciendo de cierta caja de ahorros. En un momento determinado, incluso recibí llamadas en las que se me instaba a que – literalmente – “lo matara”. Lo decía aquella persona en sentido, obviamente, figurado, pero evidente en su significado. Creo que el único colaborador – pero a distancia – que fue objeto de tantas llamadas y sms fue Mario Noya. Claro que el caso de Mario era diferente. De él me decían que era un “tarado”, un “enfermo mental” o que se había “tomado la pastilla equivocada”. Tanto a Centeno como a Mario como a otros los defendí de las presiones de arriba. Si eran enormes, le comunicaba a Adriana Rey que no los llamará en una o dos semanas para sacarlos del foco de la ira del llamante. En un caso, Mario estuvo casi un mes fuera del programa porque, al parecer, el supuesto error con las pastillas había sido especialmente irritante. Adriana estaba en el secreto, pero yo no podía decirle nada a Mario que además, a diferencia de Centeno, no tenía donde caerse muerto. Razón de más para apartarlo de la cólera… no, no era la de Aquiles.
En una de estas oleadas de presión, cayó Lorenzo Ramírez – que no era colaborador sino empleado de la casa – y de paso su novia. Por añadidura y apelando al presupuesto, también desapareció El disparate económico de la semana. Centeno se ofreció a hacer el espacio gratis – creo que él y yo éramos los únicos que no poníamos pegas a esas cosas en aquella casa – pero yo le dije que no. En parte, porque me parecía una inmoralidad que con lo que costaban a Es.Radio ciertas personas, Centeno lo hiciera de balde y, en parte, porque renunciando a ese espacio podía aspirar a salvarlo. Naturalmente, a él no le puse entonces al corriente de lo que sucedía – como tampoco lo hice con Mario – por la sencilla razón de que la vergüenza ajena me abrumaba hasta extremos indescriptibles.
Centeno y yo no siempre estábamos de acuerdo y, por supuesto, sus aficiones, gustos y hobbies – fútbol incluido - no eran los míos ni falta que hacía. Él era un extraordinario profesional, un denonado proclamador de los hechos objetivos y un persistente anunciador de lo que se veía venir. Más que suficiente y más que sobresaliente.
Durante las últimas temporadas en Es. Radio, las presiones fueron haciéndose cada vez mayores y Centeno acaparó la mayoría aunque siguieron recayendo sobre Mario Noya y alguna persona más. tan decidido estaba yo a resistir aquellas conductas que incluso estuve encantado de prologar un libro que Centeno escribió y que publicó la editorial Planeta. Aunque los “mátalo, César, mátalo” llegaron a convertirse en una cantinela semanal, resistí porque yo creía que los comentarios de Centeno eran de lo más valioso de mi programa. Así lo pensaban también los oyentes. Pero de todos es sabido que en julio de 2013, tras intentar infructuosamente enderezar un rumbo empresarial pésimo, me marché de Es.Radio porque no veía otra salida. En apenas veinticuatro horas, Miquel, Sagrario, Pilar, Gala, los mejores – con alguna escasa excepción – fueron expulsados o despedidos. Centeno no iba a ser tampoco una excepción. La casa caminaba de manera inexorable hacia los números rojos – yo todavía no he conseguido vender mis acciones – y no se podía tolerar que alguien dijera las verdades que podían molestar a alguna caja, algún banco, algún político, alguna publicidad.
Yo me exilié, pero Centeno se quedó combatiendo. Lo echaron de otros lugares como no podía ser menos porque decía la verdad que pocos, muy pocos se atrevían a pregonar a los cuatro vientos. En diciembre, fue la única persona que se atrevió a presentar mi libro de memorias “No vine para quedarme”. La otra estaba asustada por las represalias laborales que podían caerle encima y me llamó presa de la angustia. Le dije que no se preocupara. Hay que dar de comer a la familia y ser un excelente profesional no implica ser también un héroe. Le he mantenido en mi amistad, lo tengo en gran estima profesional y si algún día volviera a la radio contaría con esa persona. Pero Centeno fue más lejos. Cualquiera que vea su presentación se percatará de que estuvo sensacional como él suele estarlo. Sigue también combatiendo en cualquier lugar donde, gracias a Dios, lo dejan hablar. El premio anunciado hace unos días es sólo un pequeño y modesto reconocimiento a una inmensa valía.
Como pequeño homenaje, junto a estas líneas, he puesto la canción que daba entrada a su sección. Va con subtítulos y entenderán ustedes hasta qué punto está bien escogida. La universidad española, por desgracia, es una inmensa bazofia. La prueba la tienen en que no hay una sola universidad española entre las 150 primeras. Algunos catedráticos son excelentes, sin duda, pero en ella han ido entrando gentes de carnet, idiotas sobrevenidos, nulidades académicas, estómagos agradecidos, fariseos de camino y agua bendita, sectarios ciegos, queridas y parientes y un largo e indeseable etcétera. Es imposible que conserven la mirada del tigre – como tampoco los arrancafotos, hundetelevisiones y mandasms “mátalo, mátalo” - porque lo más seguro es que nunca la tuvieran. Centeno – Roberto para los amigos – la ha mantenido y Dios quiera guardársela mucho, mucho tiempo. Va por ti, querido amigo.
Y aquí tienen La mirada del tigre