Cuando esta serie se publicó hace más de dos años se produjo un acontecimiento puntual que corroboraba mis tesis de manera milimétrica. Ese acontecimiento ya no tiene, lógicamente, la actualidad de entonces, pero he considerado conveniente volverlo a publicar con la perspectiva del tiempo porque las circunstancias generales son tan de hoy como lo eran hace dos, tres o cuatro siglos.
Contemplo con satisfacción creciente el interés con que numerosos lectores siguen cada semana esta serie. Por supuesto, no está todo el mundo de acuerdo con mis tesis, pero semejante circunstancia no me molesta lo más mínimo. Por el contrario, creo que la manera en que algunos se manifiestan arroja mucha luz sobre los temas que estoy abordando. Por ejemplo, esta semana me ha llegado una carta a mi despacho de esRadio donde, con membrete y dirección, una persona me afeaba el hecho de que fuera contrario a la existencia de una casilla en el impreso del IRPF para desviar una parte de nuestro dinero a la iglesia católica o a otros gastos de interés social. Al final de la misiva, el buen hombre me hacía saber que mi derecho a la libertad de expresión había sido más que traspasado al tratar ese tema e incluso me advertía de que si seguía por esa línea de atacar privilegios fiscales mi “integridad física” (cito textualmente) corría peligro. Conservo la carta como oro en paño porque si esto puede suceder en pleno siglo XXI es para pensar qué sucedería en los siglos XVI y XVII con una institución tan cruenta, fanática y bochornosa como la Inquisición que te detenía por denuncia anónima, que no te informaba de las acusaciones que pesaban sobre ti y que te sometía a tortura para que fueras confesando vete tú a saber qué.
Ya lo dijo Manuel Fernández Álvarez –y me permito repetirlo– que una institución así envileció el alma nacional de manera extraordinaria y llevó a esta pobre nación a una auto-censura auténticamente pavorosa. El impacto sobre la ciencia, sobre el pensamiento político, sobre las libertades fue devastador y no sorprende que Blanco White, antes de su etapa protestante, dejara escrito que el miedo a la institución era tal que de los clérigos que él había conocido, ninguno de los cultos e ilustrados había dejado de caer en la incredulidad aunque, por supuesto, se habían guardado de decirlo salvo entre ellos mismos. Y es que si a estas alturas de la Historia hay gente que escribe estas cartas –la gente de mi equipo insistía en que la pusiera en manos de la Policía– no hay que tener mucha imaginación para imaginarse lo que debieron ser tiempos felizmente pasados en que la nación se convirtió en espada de la Contrarreforma a la vez que iba una y otra vez a la bancarrota causada por conflictos que no le convenían nada y la dañaban mucho. Pero no nos distraigamos. Decía yo que esta semana me veía en la obligación de hacer un paréntesis porque lo sucedido en Andalucía merece un comentario aparte.
Vaya por delante que siento un afecto profundo y una querencia entrañable por Andalucía. La he recorrido de norte a sur y de este a oeste siempre que he tenido oportunidad y siempre con placer. No pocas de mis novelas –quizá las mejores– se encuentran ubicadas en esa Andalucía y en las épocas más diversas. Sin embargo, precisamente por ello me duele en el alma la manera en que se ha convertido en un paradigma de nuestras seculares desgracias nacionales. Personalmente, siento un rechazo muy acusado frente a los tópicos que presentan a los andaluces como racialmente vagos, estúpidos o fanáticos. Baste para desmentirlos que una tierra que ha dado a José María Blanco White, ilustre liberal exiliado; a Reina y Valera, monjes convertidos al protestantismo autores de la traducción española de la Biblia más leída y reeditada; a no pocos de los liberales de Cádiz; a Alberti y Lorca; e incluso, si se me apura, a Séneca y a la pléyade de poetas andalusíes, no está predestinada a ser roma y mentecata. A decir verdad, ha demostrado lo contrario vez tras vez.
Y sin embargo…
- Andalucía es un claro ejemplo de esa búsqueda del asistencialismo que ha pasado de la Santa Madre Iglesia al Santo Padre Estado. No es la única porque podemos encontrar ejemplos en otras zonas de España, pero todos sabemos que constituye un paradigma y que ese factor ha pesado no poco en la concesión de votos al PSOE a lo largo de tres décadas.
- Andalucía es un ejemplo del nulo valor que la España criada en los valores de la Contrarreforma concede a la mentira y a la corrupción. Ambas han empantanado a España de norte a sur, pero el Régimen socialista lleva tres décadas en ese fangal y no lo han desalojado.
- Andalucía es un ejemplo de esa visión pauperista de la Contrarreforma que ve algo bueno “per se” en la pobreza y contempla con desconfianza al que es emprendedor para salir de ella como si fuera un ser mezquinamente codicioso. El mismo Pedro de Tena lo reconocía así en una entrevista mantenida hace unas semanas en Es la noche de César y señalaba el papel que el catolicismo había tenido a la hora de configurar esa visión en Andalucía.
- Andalucía es un ejemplo de esa visión también vinculada a la Contrarreforma que contempla el trabajo como un castigo de Dios y no como una bendición.
- Andalucía es un ejemplo de esa visión, hija igualmente de la Contrarreforma, que no termina de ver la necesidad de la ciencia. Brillante en sus hijos, genial en sus creaciones, sensacional en sus dones, no se puede decir que Andalucía –como, en general, el resto de España– haya destacado por la investigación científica. ¿Se ha parado alguien a pensar que los premios Nobel que ha tenido España en ciencias han correspondido a un español que era abiertamente anticlerical (como poco) y a otro que ya lo consiguió cuando era ciudadano de Estados Unidos? Véase el porcentaje de esos Premios Nobel entre judíos – expulsados de España en 1492– y protestantes –quemados en el s. XVI– y se tendrá unos datos estadísticos verdaderamente elocuentes. En Andalucía, como en otras zonas de España, a día de hoy, según las encuestas, los universitarios sueñan mayoritariamente con ser funcionarios en la misma provincia y no con investigar o emprender.
- Andalucía es un ejemplo de cómo la libertad es, lamentablemente, un valor secundario para millones de españoles que prefieren contar con otras circunstancias como el subsidio fijo, el buen clima, la diversión o el ocio.
- Andalucía es un ejemplo de una izquierda modelada como retrato en negativo de la iglesia católica aunque –todo hay que decirlo– muy capaz de llevarse con ella a partir un piñón quizá porque, en no escasa medida, procede de las becas eclesiales para estudiar en Lovaina como Felipe González, de una familia vinculada a Franco como Griñán, de una estirpe de militares duros y franquistas como Chaves e incluso del convento como Julio Anguita. Solemos fijarnos más en personajes como monseñor Setién en las Vascongadas –Satán con alzacuellos, según Santiago Abascal– o monseñor Sistach en Cataluña, pero me atrevo a sugerir que, de nuevo, se escuche a Pedro Tena para conocer no pocas historias del compadreo del PSOE con los obispos que ejercen su labor al sur de Despeñaperros.
- Andalucía nos ofrece año tras año el espectáculo de un pueblo que se moviliza para darse de bofetones –tristemente literales– para tocar la imagen de la Virgen del Rocío; que emprende unas caminatas impresionantes para manifestar su devoción mariana aunque en la celebración aparezcan gentes tan pintorescas como una folklórica o un alcalde corrupto; que disfruta de la Feria de Abril con un frenesí impresionante; que se sumerge con pasión en la Semana Santa y que ya se alarga hasta el verano en festejos. Antropológica, social, religiosamente, el fenómeno es digno de análisis, pero confieso –y aquí espero nuevas cartas advirtiéndome sobre los riesgos que corre mi “integridad física”– que preferiría ver ese mismo entusiasmo en defensa de la libertad de hoy y del futuro de los hijos, en la creación de empresas y la busca de trabajo y en el rechazo de caciques corruptos y embusteros.
No me cabe la menor duda de que Andalucía habría sido muy distinta si, en vez de minoría exiliada o quemada en la hoguera, hubieran sido mayoría los Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, los Blanco White, los liberales que deseaban el verdadero progreso de la libertad. No fue así y sigue sin serlo y, por lo tanto, el resultado de las elecciones de hace unos días no puede sorprendernos como no debería tampoco causarnos sorpresa lo que pasa en otros puntos de la milenaria piel de toro. Temo que la única salida es diagnosticar los males, captar su origen indiscutible y proceder a curarlos de raíz porque mientras España –y no sólo Andalucía– persistan en ellos no habrá salida de males que nos aquejan desde hace siglos.
Han pasado más de dos años y no cambio una coma de lo que escribí entonces. Hasta veo la actualidad de la referencia a la casilla de la declaración del IRPF.
CONTINUARÁ