Con todo, debe reconocerse que la manera en que nuestro siglo se está configurando como el de China tiene no poca lógica, una lógica que intentaré desgranar en sucesivas columnas. Seguramente, la primera razón se encuentre en la visión del trabajo y de sus resultados que vive ese veinte por ciento de la población mundial que es China. Cuando se reflexiona en las declaraciones de su actual máximo mandatario Xi Jinping, las proclamas del partido comunista o, de manera especial, las conversaciones con la gente de la calle si existe algo que queda claro sin duda alguna es que los chinos aspiran a prosperar sobre la base fundamental de su trabajo personal. Entiéndase bien. La base del avance en la vida es el esfuerzo individual incluso en unas condiciones que no pocos de nuestros compatriotas considerarían punto menos que heroicas, pero que los chinos ven como absolutamente naturales. Del estado se puede esperar que planifique el tendido de carreteras o que mantenga servicios como la sanidad o la educación, pero no que proporcione subvenciones o que otorgue salarios sociales. Es cada uno con su labor como lograra abrirse camino e incluso esa senda – la insistencia oficial al respecto no deja lugar a dudas – conducirá a una prosperidad que, por definición, será moderada. Es cierto que los millonarios son una especie en expansión en China, pero nadie debería caer en el error de creer que el sistema promete ese sueño. A decir verdad, lo que pretende es que cada cual asuma su responsabilidad, trabaje lo más posible y se labre un porvenir. Precisamente por eso mismo, la presión fiscal en China es ridícula si se compara, por ejemplo, con la de España. El impuesto sobre la renta ronda un tipo medio del 17 por ciento mientras que el de sociedades se sitúa entre el diez y veinte. Que no se engañe nadie. El gobierno chino no es liberal – a decir verdad, es medularmente comunista – pero desde hace décadas ha captado realidades innegables para cualquiera que no quiera cegarse y es que el trabajo personal, la ausencia de medidas asistenciales, la confianza en un cierto avance y los bajos impuestos crean prosperidad.