Los primeros días fueron vertiginosos mientras Trump comenzaba a golpear a lobbies privilegiados como el ambientalista, el gay o el abortista intentando contentar a los electores cansados de las castas subvencionadas. Fueron jornadas de entusiasmo entre sus votantes que sufrieron un parón doloroso cuando Trump no consiguió desmantelar el Obamacare en medio de noticias continuas sobre las relaciones del presidente y de su equipo con la Rusia de Putin. De ese impasse – y de las referencias machaconas a Rusia – ha terminado saliendo Trump gracias a varias decapitaciones, un más que discutible bombardeo en Siria y unas maniobras militares en las cercanías de Corea que sólo Dios sabe en qué acabarán. Sobre este trasfondo desigual, Trump ha dado pasos que pueden marcar enormemente la Historia de los próximos años.
El primero ha sido una configuración del Tribunal supremo que, previsiblemente, no realizará una jurisprudencia creativa sino que, por el contrario, respetará de manera escrupulosa la constitución. Esa batalla - en la que el partido demócrata lanzó al asador toda la carne – se ha saldado con una victoria de Trump en una cuestión que había impulsado a no pocos norteamericanos a votar en su favor.
El segundo – a ello me referí en un editorial la semana pasada - es la configuración de una reforma fiscal que puede traducirse en la mayor bajada de impuestos para las empresas y las clases medias de toda la Historia de Estados Unidos. La medida implicaría un relanzamiento de la economía verdaderamente espectacular, bien distinto de otras experiencias de gobiernos, como el español, que han subido impuestos y que, tras decir durante años que ya se había salido de la crisis, ahora anuncian que ese final se encuentra en el futuro.
El gran enigma, tras cien días, sigue siendo si Trump logrará que el resto del planeta no complique su plan de acción – fundamentalmente de política interior - o, por el contrario, como sucedió con la Gran sociedad de Johnson, los conflictos internacionales arruinarán un proyecto susceptible de inyectar prosperidad a los Estados Unidos como, quizá, no se ha vivido desde los años setenta. De momento, lo logrado, lo frustrado y lo posible, pero envuelto en interrogantes, permite dar a Trump una calificación que, siguiendo la metodología norteamericana, sería de B plus.