Arabia Saudí es un estado artificial fruto de la codicia británica. Ya antes del estallido de la Primera guerra mundial, Gran Bretaña había captado la importancia del petróleo y había comenzado a hincar el diente a pedazos de territorios en Irán y en el Golfo pérsico valiéndose de sus tropas indias. Cuando se inició la Gran guerra y de manera inmediata, las fuerzas indias del imperio británico se lanzaron sobre aquellas tierras con la intención de apoderarse de los pozos de petróleo. No me voy a detener en el despedazamiento de Oriente Medio que pactaron Sykes y Picot, es decir Gran Bretaña y Francia, antes de que acabara el conflicto. De aquel descuartizamiento saldría lo mismo la traición a las promesas formuladas a los árabes que la promesa de crear “un hogar nacional judío” en Palestina. También emergió Arabia Saudí.
A decir verdad, los reyes de Arabia deberían haber sido los hashemíes, pero, al final, Gran Bretaña decidió que éstos acabarán siendo reyes de Jordania y en la península arábiga sentaron a Ibn Saud, un jefe tribal al que consideraron sumiso a los intereses británicos. De ahí el nombre del país que se llamaba la Arabia de Saud, algo tan disparatado como si el nombre de España no fuera España sino España borbónica.
La casa de Saud fue desde entonces un fiel instrumento del imperialismo británico. Lo mismo si el imperio desgajaba Kuwait de Irak que se dedicaba a dar golpes de estado en la zona o se repartía con la URSS – sí, con la URSS – Irán, la Arabia de Saud siempre se plegó a esos intereses. Gran Bretaña nunca se ha retirado del todo de la zona incluso tras el proceso de descolonización, pero la primera potencia mundial pasó a ser Estados Unidos que ha heredado su política en esta parte del mundo. Con una diferencia. Los británicos defendían el imperialismo – la carga del hombre blanco que dijo Kipling – y sus efectos supuestamente benéficos, pero no se les ocurrió legitimar sus acciones apelando a la democracia. Traían el ferrocarril, el telégrafo o las carreteras, pero no pretendieron que llevaban las urnas bajo el brazo. Estados Unidos – y es lógico que lo hiciera – sí apeló a los procesos democratizadores y a la seguridad nacional siquiera porque resulta muy difícil justificar a día de hoy una invasión apelando sólo a la sed de petróleo. El problema es que esas afirmaciones han introducido una ley del embudo internacional que si en Occidente se desconoce en general, en Oriente se considera una cínica manifestación de hipocresía.
Para ser ecuánimes, hay que señalar que los juicios de sucesivos gobiernos de Estados Unidos sobre Irak e Irán han podido estar plagados de mentiras, pero también contienen dosis generosas de verdad. La dictadura de Saddam Hussein era espantosa y no lo es menos la de los ayatollahs iraníes. Sin embargo, lo que causa la mayor indignación a las naciones cercanas es que peor que ambas es el régimen de Arabia Saudí del que sólo se profieren bondades porque sigue siendo un fiel lacayo de proyectos de control de materias primas de dudosa moralidad, como mínimo. En otras palabras, no es que las dictaduras sean malas y la democracia buena – a pesar de que es así – sino que las dictaduras son buenas o malas según se pliegan a ciertos planes. En el caso de Arabia Saudí se suman otras circunstancias ciertamente chocantes.
Quince de las 19 personas presuntamente implicadas en los atentados del 11 de septiembre procedían de Arabia Saudí y sabemos que recibieron respaldo de instancias oficiales saudíes. Sin embargo, no se emprendió acción alguna contra Arabia Saudí. Por el contrario, se invadió Afganistán – que nada tuvo que ver con los atentados y que, supuestamente, proporcionaba refugio a Bin Laden – e Irak que no tuvo la menor relación con el 11-S. Como además Bin Ladin no fue secuestrado y juzgado – como, por ejemplo, hizo el Mossad israelí con Eichmann, oculto en Argentina – nunca se aclararán estos extremos, sin duda, graves. No sólo eso. Tanto Bush como Obama impidieron que las víctimas del 11-S pudieran iniciar un procedimiento legal contra Arabia Saudí. De hecho, tal posibilidad no se ha convertido en real hasta hace unas semanas.
Seguramente, pasarán años hasta que tengamos todos los datos que puedan explicar ese trato de favor hacia la teocracia saudí que, por cierto, respalda a la mayoría de los grupos terroristas islámicos que actúan en todo el mundo. A fin de cuentas, su versión del islam convierte a la de los ayatollahs en una visión ilustrada. Pero incluso pasando por alto ese respaldo, no deja de ser llamativo el silencio de las potencias democráticas frente a Arabia Saudí. Hoy quiero dejarles este documental sobre Arabia Saudí. Contiene sólo botones de muestras sobre ese reino que continuamente se nos presenta como moderado. Que cada uno saque sus conclusiones. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!