De manera bien reveladora, extraían beneficios económicos, primero, Japón; después, Alemania; a continuación, Corea del sur y, finalmente, Estados Unidos. Reich utilizaba el ejemplo para mostrar cómo Estados Unidos ha ido perdiendo competitividad desde hace tiempo y cómo es indispensable recuperarla en un mundo crecientemente globalizado. He recordado este episodio con cierto pesar al contemplar el rifirrafe entre Trump y Merkel en el curso del cual el presidente de Estados Unidos ha acusado a Alemania de hacer trampas con la moneda y la ha instado a comprar más armamento norteamericano para equilibrar la balanza comercial. En otras palabras, si Alemania nos vende más de lo que nosotros le vendemos se debe sólo a que nos estafa. Yo comprendo lo que dice Trump ya que ha ganado las elecciones con el respaldo de millones de norteamericanos convencidos de que Estados Unidos es una potencia buena, casi tontorrona, de la que abusa todo el mundo. Que hay norteamericanos sumamente idealistas no admite duda alguna, pero que así sean sus gobiernos no se corresponde, en absoluto, con la realidad, gracias a Dios. La preocupante realidad es que Estados Unidos perdió su condición de número uno de las exportaciones ya en los años setenta del siglo pasado. Ese puesto no sólo no lo ha recuperado sino que ha ido quedando de manifiesto cómo aparecían rivales nada dispuestos a ceder una posición recientemente conquistada. Es el caso de una China convertida en primera potencia manufacturera del globo, pero también de una Alemania que ha sabido convertir su economía en fundamentalmente exportadora. La realidad es que Alemania ha conseguido vender a Estados Unidos mucho más de lo que le compra a pesar de tener desventajas en su contra como que el euro es una moneda más cara que el dólar o que las empresas alemanas tienen que lidiar con unos sindicatos y unas leyes laborales redactadas, sobre todo, en beneficio de los trabajadores e impensables en este país. A decir verdad, Alemania no ha engañado sino que se ha impuesto a una situación notablemente desventajosa. La clave del éxito germano discurre por caminos como la inversión en educación y nuevas tecnologías, el gasto militar moderado y la práctica ausencia de intervenciones armadas. El libre mercado se acompaña además de un estado del bienestar más que respetable. Estados Unidos carece de un estado del bienestar comparable, ha dejado la educación superior y la investigación prácticamente en manos de la iniciativa privada y mantiene un sistema armamentístico verdaderamente socialista que está en la raíz de guerras costosas y, para colmo, innecesarias. Ahí se hallan las verdaderas razones del triunfo germano sobre nosotros. Acerca de ello debería reflexionar Trump porque sus acciones pueden tener las mejores causas, pero corren el riesgo de cosechar los peores resultados. No otra cosa ha sucedido también al desvincular a Estados Unidos del protocolo sobre el cambio climático, pero de eso hablaré otro día.