He recordado estas afirmaciones de Gandhi al enterarme – con pocas horas de intervalo – de que Chelsea Manning ha sido puesto en libertad y de que la fiscalía de Suecia ha decidido dar por cerrado el caso que mantenía contra Julian Assange. En el caso de Chelsea Manning, su entrada en prisión era obligada en la medida en que había revelado secretos que afectaban si no a la seguridad nacional, sí, al menos, a las acciones del gobierno de Estados Unidos. En el caso de Assange, la acusación era por violación aunque a nadie se le ocultaba que se trataba de un cargo dudoso y de que la persecución desencadenada contra él estaba más vinculada con otros aspectos como la revelación de secretos bélicos de Estados Unidos y de otras naciones. En ambos casos, que se haya buscado silenciarlos e incluso imponerles una pena de prisión me parece razonable e incluso formalmente justificado. La ley debe cumplirse y cuando se desobedece alegando su injusticia hay que estar dispuesto a asumir las consecuencias.
Sin embargo, no puedo dejar de sentir simpatía hacia aquellos que están dispuestos a enfrentarse con una potencia por razones de conciencia. Seguramente, Daniel Ellsberg merecía ir a dar con sus huesos en prisión, pero, a la vez, rindió un gran servicio al pueblo de Estados Unidos revelando lo que su gobierno estaba perpetrando en Vietnam. De manera semejante, Assange y Manning han realizado una enorme labor en beneficio de Estados Unidos y otras naciones al revelar acciones ilegales decididas desde las alturas, acciones que implicaban, a veces, crímenes de guerra y, a veces, un cercenamiento de las libertades ciudadanas intolerable e inconstitucional. Sólo esa publicidad permite, a fin de cuentas, que determinadas conductas indignas se detengan. Hace ya muchos años – me parece otra vida – fui objetor de conciencia durante el régimen de Franco. Sabía que me esperaba la cárcel – de cuatro a seis años – por mi determinación, pero creía, como el norteamericano Thoreau, que, a veces, el lugar adecuado para un hombre íntegro es la prisión. Sólo la muerte del dictador en noviembre de 1975 evitó mi entrada en prisión que hubiera sido ineludible si, por ejemplo, el general hubiera fallecido en febrero de 1976. Sin embargo, al igual que Gandhi, no se me ocurrió pensar que la dictadura pudiera adoptar otro camino. Era lógico que reaccionara así y también lo era que, por razones de conciencia, yo prefiriera la cárcel a doblegarme ante una situación que me parecía inmoral.
Creo no exagerar ni equivocarme si digo que cuando Martin Luther King y el movimiento de los derechos civiles aceptó la posibilidad de ir a prisión por enfrentarse con las leyes discriminatorias de los estados sureños, su encarcelamiento podía estar plenamente justificado desde una perspectiva legal, pero, a la vez, estaban alterando para bien la Historia no sólo de Estados Unidos sino de la Humanidad. A día de hoy, creo que muy pocos lo discutirían aunque el precio no fue pequeño y para King, como para Gandhi, significó perder la vida.
Con todas las diferencias, los matices, las salvedades que se deseen lo cierto es que existen paralelos en los casos de Assange y Manning. Seguramente, su lugar es la cárcel – aunque no está muy claro cuál sería en el caso de Assange que no ha actuado en territorio estadounidense – pero, a pesar de todo, creo que con ellos tenemos una deuda de gratitud todos los que amamos la libertad y el respeto a los derechos humanos. Siempre, por supuesto, que estemos dispuestos a aceptar las consecuencias hasta el final.