Si aceptamos los razonamientos averiados de los mentecatos, habría que demoler las pirámides de Egipto, la Acrópolis de Atenas y el Coliseo de Roma levantados, a fin de cuentas, gracias a la labor de esclavos. No mejor fortuna experimentarían numerosas iglesias y catedrales. Deberíamos derruir las estatuas de todos los próceres españoles anteriores a la última década del siglo XIX que fue cuando se abolió la esclavitud en España, hecho tardío que debemos agradecer a los oligarcas catalanes que monopolizaban la trata de negros con Cuba. Por cierto, alguno de sus descendientes ha hecho carrera en las filas del nacionalismo... En Estados Unidos, se prescindiría de personajes extraordinarios como Jefferson o Lincoln, el primero porque, opuesto a la esclavitud, tuvo esclavos y el segundo porque, a pesar de emanciparlos, pensó siempre que una población negra crearía problemas y lo mejor sería que emigrara a lugares como la isla de Granada. Por supuesto, atacan a los héroes de la confederación porque ignoran totalmente las causas de la guerra de secesión y porque les importa un pito que haya que respetar a los combatientes de todos los conflictos bélicos estuvieran o no equivocados. A diferencia de lo que sucede ahora en España y mucho antes de que lo hicieran Rusia o China en los últimos años, Estados Unidos supo cerrar desde el principio las heridas de la guerra civil, no procesó – salvo escasísimas excepciones – a los vencidos ni los satanizó y se enorgulleció de fotografiarlos reconciliados. Ahora, gracias a las dirigentes de Black Lives Matter – tres sujetas partidarias de la abolición de las cárceles, de la ideología de género y de la apertura total de fronteras – se escupe sobre generaciones de combatientes y sobre sus familias. Solo Macron parece estar por encima de esta locura colectiva afirmando que no derribara ninguna estatua. En España, hay quien habla de quitar las de Colón. Disto yo mucho de asumir la leyenda blanca sobre la presencia de España en América, pero la Historia no debe ser borrada sino asumida, orgullosos de lo bueno y firmemente decididos a no repetir lo malo. El resto es ignorancia, estupidez o perversidad.