Sin que sirva de precedente, creo que no hay poco de verdad en las afirmaciones de Urkullu. Efectivamente, la acción de los nacionalistas vascos y de los nacionalistas y socialistas catalanes se ha traducido en una quiebra, difícil de negar, del modelo constitucional, modelo, dicho sea de paso, que adoptó el contenido autonómico precisamente para contentar a los nacionalistas; efectivamente, en esa quiebra han sido esenciales el plan Ibarreche y el nuevo estatuto catalán y, efectivamente, esa quiebra exige, como también indica Urkullu, un pacto que podría denominarse nueva Transición. Sin embargo – y aquí temo discrepar con el peneuvista –ese nuevo marco no puede reforzar las desigualdades en favor de los privilegios más que abusivos conseguidos por los nacionalistas ni reducir todavía más el papel del estado que se ha visto reducido a una realidad residual que apenas puede hacer más que ridiculeces como el Plan E. Si, por el contrario, lo que deseamos consolidar es un modelo nacional y democrático al servicio no de los privilegios de unos cuantos sino de ciudadanos libres e iguales deberíamos asumir un decálogo de reforma similar al siguiente:
1. Suprimir tratos de favor fiscal como los conciertos vasco y navarro, tributando por el mismo sistema todas las regiones españolas.
2. Suprimir el trato de favor de carácter legal a cualquier sector de la población sea cual sea incluyendo lobbies y subvencionados al servicio del poder político.
3. Devolver competencias al poder central en áreas como, por ejemplo, la enseñanza, consagrándose el principio de que los padres podrán educar a sus hijos en cualquier parte de España en la lengua oficial de todos los españoles.
4. Situar el presupuesto en poder del gobierno nacional en no menos del setenta por ciento de su cuantía de tal manera que pueda hacer frente a los desafíos con que se enfrenta la nación y que se dificulte el empleo del dinero del contribuyente en beneficio de las oligarquías locales.
5. Reformar el sistema electoral mediante listas abiertas que obliguen a responder a los candidatos ante el pueblo y no ante las cúpulas de los partidos.
6. Reformar el sistema electoral mediante listas únicas de carácter nacional que otorguen a los partidos una representación proporcional a sus votos.
7. Separación real de poderes con respeto escrupulosos a la independencia del poder judicial.
8. Liberalización de los medios de comunicación mediante la supresión de la intervención del poder político en su concesión y actuación.
9. Limitación del endeudamiento nacional y de otras magnitudes macroeconómicas a lo establecido en los criterios de la UE y
10. Separación real de iglesia y estado impidiendo a éste la regulación e intromisión en asuntos relacionados con las confesiones religiosas.
La asunción de un decálogo como éste permitiría anteponer la libertad y de la igualdad de los ciudadanos a los privilegios y, de esa manera, el sistema aún podría salvarse. De lo contrario, si continuamos con uno que hasta los nacionalistas ven ya quebrado, sólo queda esperar a que tenga lugar su extinción final.
Tuve ocasión de ver la entrevista que Carlos Dávila le hizo a Federico para su programa de Intereconomía. Carlos Dávila es un extraordinario periodista – seguramente por eso la vicepresidenta, que algunos consideran una católica ejemplar, está por la labor de empapelarlo – y sabe sacar en sus entrevistas lo mejor del personaje invitado. Decía al final que los espectadores habían visto a Federico “en estado puro” y tenía razón. Federico estuvo agudo, incisivo, ocurrente, acertado y divertido por el orden que se quiera. Señaló como este sistema está muerto – lo está – y como, tal y como ha sucedido muchas veces en la Historia de España, pueden tardar en enterrarlo años. Tiene razón. Con Alfonso XIII, el sistema estuvo muerto casi tres décadas y, de repente, una mañana había llegado la Segunda república.
Con todo, quizá podría salvarse, pero no será sin una reforma política que asuma, como mínimo, los aspectos señalados arriba. De lo contrario, seguirá deshojándose hasta que no quede nada.
Y mientras tanto nos quedan cosas con las que disfrutar, sin duda. Ando yo ahora sumergido en el estudio de la Biblia de Ginebra, una traducción difícil de superar que los puritanos ingleses realizaron a mediados del s. XVI y que es precisamente la que Shakespeare cita centenares de veces en sus obras. En otras palabras, ¿Shakespeare pudo ser un puritano oculto? Si no lo fue, mal se entiende la utilización de un texto que no era el oficial.
Añadan también la exposición de expresionistas que ha llegado del Museo d´Orsay – uno de mis preferidos – a Madrid.
Y, por supuesto, el teatro. Ayer tuve ocasión de ver a cuatro excelentes actrices en el teatro la Grada de Madrid en Conversaciones en la oscuridad. El texto es difícil y no apto para el gran público. Las actrices se la juegan con una obra a pecho descubierto y sin embargo… sin embargo, están sensacionales. Dado que la función es dura, durísima habría que equilibrarla con Vamos a contar mentiras de Alfonso Paso que se acaba de estrenar en Madrid y que da motivos para reírse a mandíbula batiente toda una vida. Ya contaré más en otra ocasión porque la situación, en general, está para pocas carcajadas.