Como manera de desconcertar a los alumnos que entonces soñábamos con un mundo mejor no estaba mal. Estoy convencido de que sólo se burlaba suavemente de nosotros. Aquel sabio – que décadas después me diría que sólo veía las tertulias de televisión en que aparecía yo porque era el único que tenía formación jurídica – únicamente se divertía. Sin embargo, nuestro mundo parece complacerse en ese tipo de acciones. Hace apenas unos días, Irak – ¡la nación liberada de la dictadura de Saddan Hussein! – ha aprobado el matrimonio de niñas legalizando una conducta execrable. Ahora, el sultán Hassanl Bolkiah de Brunei ha decidido que el nuevo código penal del exótico enclave incluya la lapidación para el adulterio o las relaciones homosexuales. Otras conductas penadas con la pena capital serán no aceptar de Mahoma lo que sobre él afirma el islam o declararse no musulmán. Confieso que semejantes reformas legales me horrorizan. El adulterio me parece una conducta moralmente censurable, pero ¿cómo se puede pensar en castigarla con la muerte? El sexo homosexual siempre me ha causado repelús y reconozco de buen grado que no me entra en la cabeza que un hombre pueda preferir a un señor sobre una real hembra, pero si alguien vive esa preferencia, ¿es para matarlo? Y sobre las otras cuestiones, no puedo evitar que me provoquen una profunda angustia. ¿Cómo a estas alturas de la Historia se pueda arrancar la vida a alguien simplemente porque no cree lo que afirma una religión sea ésta la que sea? Ciertamente, el mundo no está siendo como soñamos cuando éramos jóvenes. Incluso en Brunei no se había ejecutado a nadie desde 1957. Ahora, sin embargo, la barbarie que, poco a poco, había ido desapareciendo de la faz de la tierra está regresando con una fuerza que nunca hubiéramos podido imaginar aquellos estudiantes de la facultad de derecho. Reconozco que, en ocasiones, la realidad me parece tan espantosa e insoportable que desearía estar soñando y que alguien me despertara de la pesadilla. Aunque fuera dándome un palo.