En el curso de los años anteriores, Sejano se había convertido en un personaje extraordinariamente poderoso. Procedente del orden de los caballeros, la clave de su éxito trepando con celeridad en la escala del poder se hallaba en una circunstancia muy simple: había ejecutado sin rechistar todas las órdenes que servían para satisfacer el apetito despótico del emperador Tiberio. Vez tras vez, Sejano, que, a la sazón, era jefe de la guardia pretoriana, no había titubeado en ningún momento en arremeter, pisotear y orillar la legalidad si así lograba colmar los caprichos de su señor. Aquel 18 de octubre, Sejano contaba con recibir un caluroso respaldo del senado frente a algunas críticas y rumores crecientes que se atrevían a cuestionar su papel en la política romana. En cierta medida, no se equivocó. Efectivamente, hubo senadores que lo aplaudieron y que incluso lo aclamaron a gritos. Pero el emperador, el tan servilmente obedecido Tiberio, no hizo acto de presencia para respaldar a su hombre de confianza. Apenas habían pasado unas horas, cuando Sejano fue detenido y arrojado a una lóbrega mazmorra. Una vez allí y de manera drástica e inmediata, procedieron a estrangularlo. Luego, en todo un símbolo visual de lo que acababa de suceder, el cadáver de Sejano fue arrojado a las escaleras gemonias donde los ciudadanos de Roma procedieron a despedazarlo. La lección resultaba obvia. Durante años, Sejano había sido un hombre dotado de un inmenso poder que derivaba del emperador, pero cuando el déspota consideró indispensable deshacerse de él no dudó en apretarle el cuello y arrojar sus restos a la turba. El destino – bien miserable, por cierto – de Sejano me ha venido a la cabeza de manera inmediata al conocer la dimisión de Bermejo. Todavía menos que el romano, debió Bermejo acceder a un cargo importante. A decir verdad, resulta difícil no sospechar que si lo hizo, se debió a su más que comprobado sectarismo, a su más que repetida inquina hacia el PP y a su más que demostrada falta de escrúpulos a la hora de subordinar a la administración de justicia a fines partidistas. Durante su bienio en el ministerio, Fernández Bermejo no ha podido hacer más para complacer a ZP y menos en pro de la justicia. Sin embargo, Bermejo no ha caído por nada de eso. Lo que ha sellado su desgracia ha sido la suma de dos factores que tanto él como ZP siempre han considerado odiosos. Me refiero, claro está, a la prensa libre y a una oposición digna de tal nombre. Cuando saltaron a la luz las fotos que mostraban al “rojo” Bermejo como un “señorito” de la peor especie compadreando con un juez estrella y cuando a esa circunstancia se sumó la firmeza del PP exigiendo la dimisión de semejante sujeto, ZP actuó como era de esperar. Nada dispuesto a que el menor escándalo le salpique una sola ceja, ha estrangulado – metafóricamente hablando - a Bermejo para lanzarlo a continuación a las turbas. Tiberio hizo lo mismo con el jefe de su guardia pretoriana. Forma parte del manual del déspota que va desde Sejano a Bermejo.