Adelanto que el sacrificio – bastante inútil por otra parte – me da mucho pesar. Estos animales, a diferencia de otros, bípedos, sólo te piden caricias y algo de comida y a cambio de tan magra provisión se vuelven locos cuando te olfatean en la distancia y se empeñan en hacer que te sientas el ser más importante del globo. Pero esta reacción me parece un síntoma inquietante de desequilibrio. En nuestra España de fútbol y siesta, la ira popular - que no carece de razones – no se moviliza cuando impunemente se sacrifican decenas de miles de niños en las clínicas abortistas; cuando la desvalijan por los más diversos mecanismos oficiales y oficiosos; cuando se pone en libertad a asesinos múltiples más sanos que una manzana, pero a los que se atribuye enfermedad; cuando se condena a los ancianos a cobrar pensiones miserables como bien estrecha conclusión de su vida; cuando se llevan el dinero de las mil y una corrupciones a Andorra, Suiza o Liechtenstein; cuando Montoro idea nuevas formas de desvalijamiento para sostener los excesos de las castas privilegiaas; cuando suceden tantas cosas que desafían el sentido más elemental de la justicia, de la dignidad o del decoro. Sin embargo, de repente, el equipo preferido de fútbol es víctima de una supuesta injusticia o una causa lacrimógena salta a los medios – la de este pobre can es una más – y la masa asume un ademán justiciero como si se tratara de la misma Libertad guiando al pueblo. Me duele decirlo, pero en estos arrebatos – aunque no carezcan de causa – sólo puedo ver una reacción de desequilibrio de una población que, en no escasa medida, está dispuesta a colar el mosquito perruno para tragarse el camello de la ineficacia, del expolio fiscal o del engaño político. No niego que algunos se sentirán transportados a cielos de satisfacción ciudadana increpando a un agente de las fuerzas de seguridad que se limita a cumplir unas órdenes razonables. Posiblemente, no pocos además desearían gritarle esas palabras al ministro de Hacienda o la titular de Sanidad. Pero una sociedad no crece sana con esas conductas sino con corazones y cerebros serenos y equilibrados que se movilizan por las causas realmente grandes y no por episodios, quizá dolorosos, pero menores. Así nos va.