En el mismo, se califica la acción de la Agencia tributaria como “sin fundamento alguno”, «inconsistente», asentada «en la utilización arbitraria de criterios contrarios a Derecho Tributario» y «fácilmente desmontable por un observador objetivo». Al final, todo quedaría reducido a una «discrepancia de criterio» tributario. Lo grave es que todo indica que la defensa de Ronaldo está cargada de razón. Conozco expertos fiscalistas de alcance internacional que aseveran que la Agencia tributaria española destaca por su arbitrariedad hasta el punto de que sale mal parada incluso en comparación con su equivalente en la Argentina de Cristina Kirshner. Se siente uno tentado de creerlo cuando se sabe que la Agencia tributaria pierde más del 51 por ciento de las causas que contra ella llegan hasta los tribunales. Teniendo en cuenta que la mayoría acaba aceptando abusos para no tener que pleitear, saquen ustedes consecuencias. En otras palabras, o no pocos inspectores y subinspectores de Hacienda son una banda de asnos – algo que resulta muy difícil de creer dada su preparación – o hay que preguntarse si la arbitrariedad no es una política más que repetida para que a Montoro le salgan unas cuentas que nunca le cuadran. Así, a la vez que el esfuerzo fiscal español es el más agobiante de la Unión Europea; la Agencia tributaria, con excesiva frecuencia, aplica la legislación con interpretaciones dudosamente sólidas. Yo lo comprendo, la verdad sea dicha. Esas acciones de la Agencia tributaria seguramente son indispensables para que Montoro pudiera enviar hace unos días dos mil millones de euros al gobierno sedicioso de Cataluña, para que se mantengan entidades marcadas por el odio como Omnium cultural o ANC cuyos capos están en prisión o para que los mozos de escuadra cobren una media de novecientos euros más al mes que la Guardia civil y la Policía nacional. Nunca me ha interesado el futbol, pero me confieso admirador de Ronaldo. Quizá incluso habría que considerar lógico su comportamiento de enfrentarse valientemente con Hacienda. A fin de cuentas, ¿quién mejor que un futbolista para echarle pelotas?