En apariencia, en ella se enfrentan alguien al que, muy inexactamente, se denomina populista, con una persona de dilatada trayectoria política. En teoría, el primero no debería ni siquiera haber alcanzado la nominación y, sin embargo, disfruta de un respaldo popular que lleva a pensar que el pugilato durará hasta el último día. En el juego de golpes y contragolpes, Michael J. Morell, un experimentado e importantísimo antiguo cargo de la CIA, ha saltado a la palestra afirmando, nada más y nada menos, que Donald Trump es un agente ruso. Morell, por supuesto, ha manifestado a la vez su apoyo a Hillary que – eso es cierto – ha desarrollado una política anti-rusa feroz. Llamar espía ruso a alguien en Estados Unidos carece de parangón en la vida española. Incluso los que tienen un historial franquista, han podido hacer carrera política en la izquierda o los nacionalismos o dirigir medios sin el menor problema siempre que hayan mostrado su fe de conversos. A decir verdad, el pasado franquista, familiar siquiera, va de Anguita a Cebrián pasando por Griñán, Chaves, Samaranch, Fernández de la Vega y Mayor Zaragoza, por sólo citar a unos cuantos. También es justo decir que con los pasados de Inquisición y autos de fe que ha sufrido España no debería sorprender.
En Estados Unidos, gracias a Dios, la Inquisición nunca funcionó y, por ejemplo,el que ha espiado para el extranjero queda estigmatizado de por vida. Yendo, pues, al fondo de la cuestión: ¿es Trump un agente de Putin? La verdad es que cuesta muchísimo creerlo. Especialmente, cuando no ha aparecido ni una acusación al respecto – no digamos una sola prueba – con anterioridad. El único punto, bien escaso, que daría una apariencia de verosimilitud a la acusación contra Trump en esta peculiar campaña está en el hecho de que el papel de halcón no lo representan ambos candidatos o, de manera especial, el republicano, sino todo lo contrario.
Trump es opuesto a la globalización y considera que América debe colocarse por encima de los intereses de ciertas élites que no sólo modelan en escasa medida la política exterior de los Estados Unidos sino también la del resto del mundo. Hace dos días, mientras me encontraba en la sala de espera del aeropuerto de Washington, tuve ocasión de escuchar cómo afirmaba que no era globalista sino americano.
Igualmente, Trump cuestiona la utilidad de perpetuar una organización como la NATO concebida para mantener un equilibrio en Europa contra la URSS, pero que no está dando precisamente muestras de eficacia en su lucha contra el terrorismo. Finalmente – y esto escuece profundamente a determinados lobbies como el armamentístico – no ve razón para que los contribuyentes americanos paguen una factura militar que, en todo caso, debería descargarse más proporcionalmente sobre los hombros de los aliados. Es obvio que de una visión semejante difícilmente habrían derivado acciones tan discutibles como el apoyo al golpe que dieron los nacionalistas ucranianos en 2014 y mucho menos las sanciones impuestas a Rusia, pero de ahí a concluir que Trump es un espía ruso media un verdadero abismo. Tal y como van las cosas, prepárense a escuchar estos días que Hillary Clinton lleva recibiendo dinero islámico y financiando yihadistas desde hace décadas.