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Domingo, 24 de Noviembre de 2024

Estudio Bíblico (VII). La Torah (IV): Números

Viernes, 21 de Noviembre de 2014

El cuarto libro de la Torah o Números deriva su nombre del hecho de que los capítulos iniciales se refieren al censo, o numeración, de las tribus israelitas. Su temática - como indica su nombre hebreo “Ba midvar” (en el desierto) - está relacionada fundamentalmente con la travesía del desierto por parte de los israelitas en dirección a la Tierra que Dios le prometió a Abraham.

​Cronológicamente, la obra puede dividirse en tres secciones. La primera (1,1-10,10) relata los últimos días transcurridos en las cercanías del monte Sinaí y el censo de Israel. La segunda (10,11-20,13) refiere la historia de Israel a lo largo de un periodo de cerca de treinta y ocho años en que el pueblo permanece sometido a un comportamiento nómada al fracasar por su falta de fe en su primer intento de entrar en la Tierra. Si, en una ocasión (c. 11) es la práctica totalidad del pueblo de Israel la digna de censura, en otras es la propia familia de Moisés (c. 12). Pero donde queda de manifiesto de manera más escandalosa la carencia de calidad humana adecuada para cumplir con su misión es en el relato de los espías enviados a conocer la Tierra prometida (c. 13). De los doce, sólo dos – Josué y Caleb – están a la altura de las circunstancias y el resto se deja llevar por consideraciones meramente humanas. Cuando el pueblo, tras despreciar la visión espiritual, pretende poseer la tierra por la fuerza de las armas (c. 14), el resultado es el desastre. De manera bien evidente, no es un Israel confiado en su poder militar el que puede esperar legítimamente poseer la Tierra sino aquel que ha descansado en las promesas de Dios. De hecho, el resultado de intentar alcanzar la meta deseada mediante el mero empuje armado acaba en un desastre que se prolongará décadas.

Finalmente, la tercera parte (21, 1- 36, 13) recoge alguna normativa legal así como el relato de las primeras conquistas israelitas en las cercanías de la tierra de Canaán.

En su conjunto, el libro de los Números es una obra muy realista y desprovista de todo sentimiento nacionalista o patriotero. Israel es descrito como un pueblo que no está, lamentablemente, a la altura de su misión histórica; que no tiene reparo en enfrentarse con Moisés el libertador y que continuamente recuerda con añoranza la esclavitud egipcia como un período de mayor prosperidad que el de la libertad en el desierto. Lejos de constituir un relato hagiográfico destinado a sustentar pretensiones de carácter nacional, Números constituye más bien la historia de una ocasión perdida por toda una generación, que, incrédula, dura de corazón y groseramente materialista, ha preferido el recuerdo de las ollas de Egipto a la posibilidad de iniciar una vida nueva bajo unas normas justas. Con la excepción de Josué y Caleb, nadie de esa generación - sin excluir ni a Moisés ni a su hermano el sacerdote Aarón -logrará ver la realización del sueño.

Esta manera de narrar tiene una enorme relevancia. La veracidad es esencial y no puede quedar empañada por la mayor o menor simpatía que se sienta ante los protagonistas de los hechos. Sin duda, Moisés amaba a Israel del que formaba parte, pero esa circunstancia no lo cegó a la hora de ver la realidad ni de describir cómo determinadas trayectorias individuales sólo pueden acabar en el desastre si no se produce un cambio profundo.

 

El Evangelio de Marcos (V): la predicación del mesías-siervo (Marcos 1: 14) (III): ¡¡¡¡Convertíos!!!!

La tercera parte de la predicación esencial de Jesús es una consecuencia directa de los dos aspectos previos. Primero, se ha cumplido el tiempo; segundo, puesto que el tiempo se ha cumplido, el Reino está cerca y tercero, puesto que el Reino está cerca hay que adoptar una decisión vital muy concreta: la conversión.

El paso de los siglos ha ido tergiversando y aguando el término “conversión” tal y como aparece en el Nuevo Testamento. En la Edad Media, la palabra había adquirido el significado de profesar en una orden religiosa y luego, prácticamente, ha quedado unida a la idea de pertenecer a una confesión religiosa distinta de aquella en que se nació o incluso a la práctica de la confesión. Ninguno de esos sentidos tiene nada que ver con las palabras de Jesús. La palabra “conversión” es expresada por Marcos mediante el término griego “metanoia” que indicaba un cambio radical de mentalidad y, muy posiblemente, Jesús utilizó la palabra hebrea “teshuvá” que podría traducirse como vuelta y que, como en el caso de conversión, tiene ya un contenido en el judaísmo actual distinto del original.

Lo que Jesús está planteando es que si realmente se cree en que el tiempo ha llegado y en que el Reino está cerca no se puede seguir viviendo igual. En nuestro corazón, debe operarse un cambio radical cuya manifestación externa será una vida de acuerdo a las normas de ese mismo Reino. A cada ser humano se le insta a adoptar un cambio radical de vida con unos valores muy diferentes de los que tienen el conjunto de los mortales. Los ejemplos de esa conversión pueden tener detalles distintos en cada ser humano, pero su núcleo es esencialmente el mismo. En un momento concreto y dado – y no de manera difusa a lo largo de la existencia - la vida cambia de rumbo porque ha tenido lugar el encuentro personal con Jesús. Para Zaqueo (Lucas 19: 1-10), ese cambio implicó, por ejemplo, una actitud totalmente distinta hacia el dinero que había sido el centro de su vida; para la mujer pecadora implicó apartarse seguramente de una conducta sexual nada acorde con las enseñanzas de Jesús (Lucas 7: 36-50). Pero fue precisamente a esa gente a la que acogía Jesús y con la que comía (Lucas 15: 1-2) con preferencia a los que, por su práctica religiosa, se consideraban buenos. Desde luego, más claro no puede ser el mensaje de la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18: 9ss) o las tres grandes parábolas de Lucas 15 – incluida la conocida convencionalmente como el hijo pródigo – que son tres grandes parábolas de conversión. Jesús llamaba a la gente a cambiar y a cambiar de manera radical y no abrazando tal o cual rito o práctica religiosa. Pero aún quedaba un cuarto aspecto en su predicación.

CONTINUARÁ

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