Para colmo, a pesar del carácter modélico de Sócrates, las acusaciones que habían derivado en su la última pena habían sido las de impiedad y corrupción de jóvenes. En otras palabras, Sócrates no se sujetaba al dogma y además hablaba de esos temas incluso con menores de edad. Cuando algunas de las personas cercanas a Sócrates, totalmente desoladas por el veredicto, se preguntaron cómo había podido suceder aquel desastre, el filósofo les respondió que durante años habían circulado falsedades sobre él, que esas calumnias habían sido escuchadas durante tiempo de manera machacona por los miembros del jurado desde que eran niños y adolescentes y que, a fin de cuentas, habían actuado de acuerdo con esas mismas mentiras. La explicación de Sócrates se correspondía, lamentablemente, con la verdad. Los embustes difundidos a lo largo del tiempo acaban teniendo consecuencias y entre ellas no sólo está el triunfo de los engañabobos sino también la condena, el ostracismo e incluso la ejecución de los más decentes de la sociedad. Si creen que no es así, prueben a recordar a la gente las previsiones de los calentólogos hace veinte años – no se ha cumplido ni una – o a decir que era posible divertirse en la España de Franco o a recordar que se editaban libros en catalán – premios incluidos – durante el franquismo o a quejarse en el colegio porque a su hijo lo someten a un adoctrinamiento delirante procedente de la ideología de género. Atrévanse y no se sorprendan si los primeros a los ven que renunciar al saludable hábito de pensar son profesores, periodistas e incluso clérigos. En cuanto a los niños y a los jóvenes… da pavor pensarlo, pero viendo cómo pueden seguir como ovejas a Greta y a sus gretinos salta a la vista que serían capaces de cargar contra cualquier voz disidente al grito de “¡Crucifícalo!” convencidos de servir al Bien absoluto. A los ancianos, finalmente, no los condenará un jurado popular a muerte, pero les harán beber el veneno que acabe con sus vidas. Gentes así hasta asesinaron a Sócrates.