Guste o no guste, lo que acontece en América es lo mismo que sucedía con las dos Alemanias durante la guerra fría. La Alemania comunista sería maravillosa, pero la gente intentaba escapar en masa hacia el inicuo capitalismo de la Alemania occidental. Lo mismo vemos en América. Estados Unidos será cruel y perverso, pero la gente huye, no pocas veces jugándose la vida, del sur al norte y no al revés. En otras palabras, se podrá no querer ver la realidad, pero la cultura anglosajona y protestante del norte es protagonista de un éxito que la ha colocado a la cabeza del mundo mientras que la hispano-católica ha fracasado de manera trágica. Se puede invocar la batalla de Otumba, la virgen de Guadalupe o el tango, pero nada de ello invalida esa indiscutible realidad. Ante esa situación, cualquier gobierno debe defender sus fronteras porque el que no lo hace pierde su razón de ser y, sobre todo, porque la inmigración ilegal es una verdadera plaga. Déjenme darles algunos datos. Por ejemplo, la competencia con los inmigrantes ilegales les cuesta a los trabajadores norteamericanos cerca de cuatrocientos cincuenta mil millones de dólares al año en pérdidas salariales. Por ejemplo, los extranjeros en Estados Unidos son el 9 por ciento de la población, pero el 27 por ciento de los recluidos en las prisiones federales. Por ejemplo, el cacareado coste del muro de Trump significa menos de la mitad de lo que le cuesta al contribuyente de Estados Unidos educar a los inmigrantes ilegales cada año. Por ejemplo, el sesenta y dos por cientos de los inmigrantes que acaban naturalizándose – en su mayoría, hispanos – vota al partido demócrata que les ofrece vivir de ayudas y subvenciones. Por ejemplo, ese mismo partido demócrata se niega a que se realice un censo de ciudadanos en Estados Unidos porque podría significar un recorte de la parte del presupuesto que se lleva en zonas con inmigración ilegal. Nada de esto lo ha creado Trump. Pero de ello seguiré hablando otro día.