Coincide conmigo en que los disparates que profieren estas personas causan verdadero sonrojo en cualquiera que conozca mínimamente la Historia. Sin embargo, su preocupación va más allá. El intentar disculpar una institución tan medularmente maligna como la Inquisición sobrepasa la mala Historia y la vileza moral. Por añadidura, implica cerrar los ojos ante unos males que no se redujeron a los abrasados en las hogueras, la censura científica o los perpetuos sambenitos sino que, trágicamente, se han convertido en parte del ADN hispano. En España, donde, legalmente, el estatuto de limpieza sangre estuvo vigente hasta bien entrado el siglo XIX, pero que perduró hasta muy avanzado el siglo XX, se incrustó una mentalidad en la que lo importante, como supo ver, por ejemplo, Cervantes, no era el mérito o el talento sino el pertenecer a una casta concreta y el saber atacar y denunciar a los herejes. Los cristianos viejos y familiares de la Inquisición podrán ahora ser progres y defensores de la ideología de género o nacionalistas que creen que los españoles son un subproducto de la evolución, pero la realidad es que todas esas cosmovisiones son hijas de la Inquisición. Como señalaron algunos de sus más famosos inquisidores, la finalidad de la vil institución no era la salud espiritual del pueblo ni siquiera el empujarlo, aunque fuera a latigazos, al paraíso. No. Era “ut metuant”, es decir, para que tengan miedo, en otras palabras, el gobierno por el terror aupando a los nuestros y exterminando, amedrentando o sojuzgando a los otros. Sólo el cambio de época impidió que pertenecieran a esa institución - que todavía en el siglo XIX ejecutó al hereje protestante Cayetano Ripoll – gentes como Largo Caballero, Buenaventura Durruti, Lluis Companys, Pablo Iglesias o Quim Torra. El esquema mental es el mismo y la degradación moral derivada no ha cambiado. Comprendo perfectamente la zozobra de mi amigo judío por que cuando veo cómo se falsifica la Historia de España sustituyéndola por una leyenda rosa o por un relato negro me pongo enfermo. Temo incluso que, al final, unas y otras bestias demoníacas vuelvan a enzarzarse sobre la vieja piel de toro.